Por Pablo Pardo
Moscú insiste en que Kiev debe sentarse a negociar bajo sus condiciones mientras lanza el segundo mayor ataque desde el inicio de la guerra. Debió de doler el golpe en el Kremlin. Han sido cuatro días en los que los rusos vieron cómo otra gran embarcación (el buque Novocherkassk) de la ya diezmada flota del Mar Negro reventaba en puerto y las defensas antiaéreas ucranianas les derribaban cinco cazabombarderos.
Ante la resistencia de Ucrania a dejarse someter, el régimen de Vladimir Putin respondió como suele: atacando a los civiles ucranianos. Pura frustración criminal que ayer dejó, en un ataque indiscriminado, 30 muertos y cientos de heridos en las principales ciudades del país.
Para hacerse una idea de la furia desatada por Rusia en el bombardeo de ayer, Moscú lanzó 150 misiles y drones de todo tipo, desde los más modernos como los hipersónicos Kinzhal, hasta los vetustos y nada precisos S300. Sólo el primer día de la invasión a gran escala, febrero de 2022, se lanzaron más proyectiles, unos 160 aquella jornada sólo horas después de asegurar Rusia que jamás atacaría Ucrania.
Pero da igual el tipo de misiles que se usen, ya sea desde avión, lanzadera o navío de guerra, porque no se trata de destruir objetivos militares concretos, sino de aterrorizar a la población ucraniana en estas fechas tan especiales, además de saturar las defensas antiaéreas y conseguir que Ucrania se quede sin la munición que necesita para proteger a sus ciudadanos.Para eso se combinan los baratos pero letales drones Shaheed de origen iraní y los proyectiles rusos. Las imágenes de uno de ellos estallando en un rascacielos de la capital recordaron a los primeros días de la guerra, igual que otro vídeo con una maternidad en llamas en Dnipro o varios edificios de viviendas alcanzados en Odesa. Si eso era la «liberación» de la que hablaba Putin la noche previa a la invasión, el autócrata ruso puede haber perdido a los ucranianos para siempre en estos 22 meses de metralla y fuego.
El ataque fue de tal magnitud que uno de los misiles superó la frontera para caer 25 kilómetros dentro de Polonia, cerca de la aldea de Wozuczyn-Cukrownia, es decir, territorio de un socio de la OTAN. El presidente polaco Andrzej Duda convocó de inmediato a su Agencia de Seguridad Nacional para tomar medidas y puso en alerta a toda su defensa antiaérea en previsión de más misiles.
Durante los últimos días, las narrativas de la propaganda rusa han ido por la idea de que Rusia está ganando la guerra y que Ucrania debe negociar la paz según marcan las exigencias de Moscú. El objetivo es enviar un mensaje a los aliados de Kiev en el que aseguran que la entrega de armas es inútil y que sólo servirá para ampliar el dolor. El propio Dimitri Medvedev, ex presidente y responsable del Consejo de Seguridad ruso, aseguró esta semana en su tono más belicoso que «Rusia nunca rechazará las conversaciones de paz y no tienen límites. Pueden durar hasta la completa derrota y rendición de las fuerzas banderistas [en referencia a Stefan Bandera, guerrillero antisoviético ucraniano] de la Alianza Atlántica».
La realidad es que estos ataques de misiles y drones sobre las ciudades no han conseguido, de momento, ninguno de sus objetivos. Son un crimen de guerra que busca aterrorizar a la población, pero la población ucraniana no ha dejado de vivir en estas ciudades ni ha dejado de apoyar a sus tropas ni a su gobierno. Este año, además, Rusia no ha logrado golpear la red eléctrica de Ucrania como lo hizo el pasado año.
MASIVO APOYO A ZELENSKI
En un reciente estudio independiente realizado en Ucrania, más del 70% de los ucranianos declararon seguir apoyando a su presidente, Volodimir Zelenski, que ayer mismo llamó a Rusia «Estado terrorista» justo antes de fotografiarse en Avdiivka, el escenario de la gran batalla que se libra desde hace dos meses en el Este del país. Mientras Putin sigue bunkerizado en Moscú, resulta curiosa la costumbre del presidente de Ucrania de visitar a sus militares en las zonas más peligrosas del frente, como Bajmut el año pasado o Kupiansk hace unos meses.
La operación rusa en Avdiivka ha fracasado de momento. Después de quemar a miles de soldados y al menos 300 blindados sólo ha avanzado unos cientos de metros por cada una de las tenazas que tratan de rodear la ciudad. Ahí la defensa ucraniana es tenaz y cuenta con fortalezas y terraplenes que impiden a los rusos avanzar a campo abierto. Cada ofensiva, y llevamos dos intentos de gran magnitud, ha dejado los campos cubiertos de cadáveres.
Ese factor es, quizá, el que no esperaban Ucrania ni sus aliados, que Rusia muestre la misma falta de respeto por sus soldados que por los civiles de Ucrania. En los planes para este 2023 estaba crearle tantas bajas al ejército ruso que la guerra para el Kremlin se hiciera insoportable. Ahora, con más de 300.000 bajas rusas desde que comenzó la guerra, cifras no vistas desde las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial y siempre según la inteligencia británica, Ucrania va entendiendo que los soldados rusos son tan sacrificables como los blindados que arden en el frente como teas de petróleo al mínimo contacto con un dron o un proyectil.
Eso, la masa sacrificable, es un problema para Ucrania más que para Rusia, porque mientras que en Rusia no existe una oposición real ni un autócrata como Putin tiene que dar explicaciones a nadie, Zelenski no tiene esa posibilidad de utilizar masas de soldados para asaltar una posición enemiga al precio que sea.
Pero ambos sufren el desgaste de la guerra y Ucrania ya prepara su segunda gran movilización para que esté lista en primavera, época de campos endurecidos y de esperanzas renovadas. Rusia tendrá también que hacer la suya, que sería la segunda, después de perder casi todo su ejército profesional y casi 2.600 carros de combate según las cifras de observación de fuentes abiertas, una sangría difícil de imaginar antes de la guerra.
En los últimos tres días, según estas mismas fuentes, Moscú ha perdido más de 20 tanques y 40 vehículos blindados de transporte de tropas en su ofensiva de invierno. Además, varios analistas han insistido en que Rusia pretende extender sus intentos de avance hasta 2026 con el objetivo de que los ucranianos se queden sin munición.
Es justo la munición lo que más preocupa a Ucrania, que hasta ahora ha dependido del compromiso de los aliados para obtenerla. Con los arsenales europeos casi vacíos, Zelenski puso en manos de Olexander Kamishyn, el responsable de que los trenes ucranianos no dejaran de funcionar en las decisivas primeras semanas de la guerra, la resurrección de la industria de armamento local, desmantelada por la caída de la URSS y rematada por los misiles rusos. Esta semana se ha sabido que Kamishyn ha puesto en marcha varias fábricas secretas bajo tierra que ya han comenzado a producir proyectiles de artillería no sólo de 152 milímetros (calibre soviético) sino incluso 155 milímetros, es decir, calibre OTAN. Si Kamishyn consigue que produzcan lo suficiente para alimentar sus hambrientos cañones, Kiev se quitará un gran problema de encima. Putin busca la victoria, pero el plan único parece ser esperar a Donald Trump.
Extraído del Mundo
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