Por Beatriz Valero
Quién fue en realidad Walt Disney? No, no nació en un pueblo de Almería, ni era el hijo ilegítimo que una lavandera española abandonó en Chicago, como se ha especulado durante décadas. Tampoco fue criogenizado, un mito que difundió incluso su amigo Salvador Dalí, sino que su cadáver fue incinerado tras su muerte en 1966. Y aunque la actriz Meryl Streep le acusara de antisemita y se le viera junto a simpatizantes nazis, sólo sabemos que fue anticomunista.
Sin embargo, en algún momento de su vida el personaje superó a la persona, como admitió el propio Walt. Durante el último siglo, Disney ha sido sinónimo de nostalgia y de películas con final feliz, pero también fue el animador, empresario y espía, el estudio de entretenimiento y el conglomerado de medios. Como decía la revista Des Moines Register en 1938, es “una de las grandes fuerzas políticas de nuestro tiempo”.
La empresa Disney siempre ha mantenido un mensaje conservador, que ha evolucionado de la mano del progreso social pero sin intentar abanderarlo. Esto no significa que el estudio no tuviera influencia política. En vida, Walt Disney hizo campaña para presidentes de distintos partidos, y el estudio que creó con su hermano ha sido una de las armas propagandísticas más poderosas del Gobierno estadounidense. En su siglo de existencia, Disney ha protagonizado huelgas de trabajadores, campañas bélicas, investigaciones del FBI, guerras culturales y conflictos políticos. En tanto que promete un cuento de hadas, a la vez que esconde complicadas relaciones de poder, Disney es un reflejo directo de Estados Unidos.
Cuando Walt Disney fue socialista
El inicio de Disney Brothers Studio fue de película. Los hermanos fundaron la empresa en 1923, cuando Walt, de veintiún años, se mudó de Kansas City a Hollywood con sólo unos materiales de dibujo y cuarenta dólares. Su hermano Roy ya estaba en Los Ángeles, intentando ser director de cine y recuperándose de tuberculosis. Al crear el estudio, los hermanos seguían el espíritu aventurero de su padre, Elias Disney, que había partido a California buscando oro y acabó viajando por todo Estados Unidos. Trabajó como granjero, maquinista, carpintero y contratista, e inculcó a sus hijos la ideología socialista.
Elias Disney seguía la filosofía del pensador Julius Wayland, que hacía llegar el mensaje socialista a las zonas más conservadoras de Estados Unidos. También apoyó las candidaturas presidenciales del activista Eugene Debs y estaba suscrito al famoso diario socialista Appeal to Reason. De hecho, los primeros dibujos del joven Walt Disney fueron imitaciones de sus portadas, diseñadas por el activista Ryan Walker. El propio Walt los describiría como representaciones de “un capitalista grande y gordo […] con el pie sobre el cuello de un hombre trabajador”, explicando que él había crecido “creyendo en todo eso”.
Ya adulto, Walt Disney apoyó a Franklin D. Roosevelt (1933-1945), diciendo que “simplemente no podía votar [al Partido] Republicano”, a diferencia de Roy. En sus inicios le gustaba mostrarse populista, vistiendo con monos de granjero. Creó una imagen que su amigo Ward Kimball llamaría de “hombre de a pie” y que el historiador Steven Watts describe como Mr Average American (‘Don Americano Promedio’).
En sus primeros discursos, Disney hablaba contra el “elitismo” y defendía que la cultura debía ser accesible a todo el público. Películas como Los tres cerditos (1933) representaban a la clase media durante la Gran Depresión, y algunas más tardías, como Danny (1948), recordaban a Walt a su infancia en Misuri. Con el tiempo, sin embargo, Disney adoptó posturas más conservadoras, llegando a recordar a su padre como “un demócrata ciego y socialista empedernido”. ¿El origen de su cambio ideológico? Un sindicato.
La huelga de animadores
Todo empezó con los animadores de Blancanieves y los siete enanitos (1938). El exitoso primer largometraje de animación del estudio estaba inspirado en el cuento de los hermanos Grimm, con modificaciones, como la elección del Alcázar de Segovia para el castillo de la princesa. Hubo que diseñar, entintar, pintar y fotografiar 250.000 dibujos. La producción iba tan justa de tiempo que los animadores trabajaron diez horas y media, seis días por semana. Para compensar, Disney prometió que el 20% de lo recaudado sería para los trabajadores, pero nunca sucedió. Tres años después, tras despidos y el fracaso de películas como Pinocho y Fantasía (1940), los animadores se sindicalizaron. Cuando la empresa se negó a reconocer el sindicato, los trabajadores convocaron una huelga que paralizó Disney durante cuatro meses.
La huelga de animadores marcó un antes y un después en la historia de Disney. Además de conseguir mejores condiciones laborales, también dio comienzo a la posición anticomunista de Walt. Ya en 1941, el empresario pagó por un anuncio en la revista Variety, donde dijo estar “convencido de que la agitación, liderazgo y actividades comunistas” eran “la causa de esta huelga”. “Un grupo comunista intentó tomar el control de mis artistas, y lo consiguió”, diría años después. El conflicto sólo se resolvió cuando el Gobierno intervino, forzando a la empresa a reconocer al sindicato y a ofrecer subidas de salario y mejores condiciones laborales. Walt, convenientemente, se marchó a Latinoamérica durante las negociaciones.
El viaje era parte de la “política del buen vecino” de Roosevelt, y buscaba usar la popularidad de Disney para frenar la influencia nazi en el continente. Walt y su equipo visitaron Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú, Chile, Ecuador, Guatemala y México. Sus experiencias inspiraron las películas Saludos Amigos (1942) y Los tres caballeros (1944), en los que personajes como Donald y Goofy viajan a Latinoamérica y aprenden sobre sus culturas. Los largometrajes fueron un éxito. Según el historiador de cine Alfred Charles Richard Jr., Saludos Amigos “hizo más por cimentar el interés entre las gentes de las Américas en unos meses que el Departamento de Estado en cincuenta años”.
Estando en Argentina, Walt recibió la noticia del fin de la huelga, que le marcaría para siempre. “Dos periodos en la vida de mi padre fueron muy muy trágicos”, decía Diane Disney Miller en un documental de 2009. “Uno fue la muerte de su madre y, el otro, la huelga”. El mismo Walt también confesaría que, a partir de 1941, muchas de las ideas socialistas de su padre “comenzaron a esfumarse”.
Un estudio en guerra
Mientras tanto, la Segunda Guerra Mundial prácticamente salvó a Disney de la quiebra. El estudio debía dos millones y medio de dólares en febrero de 1941, y Walt se negaba a vender acciones. Ni el éxito de Dumbo (1941), con menos presupuesto que las películas anteriores, parecía suficiente para solventar los problemas financieros del estudio. Pero todo cambió en diciembre, cuando Japón bombardeó Pearl Harbor.
Poco después del ataque, las tropas estadounidenses ocuparon los estudios de Disney en Burbank, cerca de Los Ángeles, para establecer una base antiaérea que protegiera a la fábrica de aviones Lockheed colindante de un posible ataque. Los militares llevaron coches, munición y equipos de comunicación. Durante ocho meses, hasta setecientos soldados durmieron en las oficinas de los animadores y repararon armas y camiones en sus estudios de sonido. Ha sido la única ocupación militar de la historia de Hollywood.
Además de sus instalaciones, Disney puso a sus creadores al servicio de la guerra. A finales de 1941 Walt Disney firmó su primer contrato con la Armada, comprometiéndose a producir veinte cortos de propaganda a favor de la guerra a cambio de 90.000 dólares. El Ejército, el Departamento de Agricultura y el Tesoro pronto siguieron el ejemplo. “Si no fuera por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, la compañía Walt Disney no existiría hoy en día”, llegó a sugerir el historiador Gerard Raiti.
Disney se volvió anticomunista durante la Guerra Fría
Las producciones más exitosas fueron protagonizadas por el Pato Donald. En Donald es reclutado (1942) o El rostro del Führer (1943) se une al Ejército y sueña que trabaja en una fábrica de municiones alemana, respectivamente. Además, películas como El nuevo espíritu (1942) y El espíritu del 43 (1943) impactaron en la economía del país. En las cintas, Donald aprende a pagar sus impuestos de forma anticipada para apoyar el esfuerzo bélico. Según una encuesta de la firma Gallup, un 37% de las veintiséis millones de personas que vieron El nuevo espíritu dijeron que habían salido del cine más dispuestos a pagar sus impuestos. Aparte de las películas, Disney diseñó insignias de regimientos del Ejército y permitió el uso de veintidós personajes, como Bambi, Donald, Pluto y los siete enanitos, en certificados de bonos para niños.
Disney siguió apoyando al Gobierno en la Guerra Fría, durante la cual Walt cimentó su postura anticomunista. En 1947 realizó una de sus intervenciones más controvertidas. Como miembro fundador de la Alianza Cinematográfica para la Preservación de los Ideales Estadounidenses, testificó ante la comisión de la Cámara de Representantes que investigaba la presencia de infiltrados comunistas en la industria del entretenimiento. Walt acusó a una docena de sus propios empleados de apoyar el comunismo. “Por todo el mundo, los comunistas empezaron campañas de difamación contra mí y mis películas”, añadió.
Las sospechas de Walt Disney sobre sus empleados nunca desaparecieron: entre 1940 y 1966 fue también un espía para el FBI. Documentos desclasificados confirman cómo desde 1954 fue considerado un “agente especial” con capacidad para proporcionar información, transporte y servicios de relaciones públicas para la agencia de inteligencia. Durante más de veinte años informó sobre las actividades de actores, directores, productores y técnicos sospechosos de apoyar el comunismo.
Walt se escribió durante años con el histórico director del FBI, John Edgar Hoover, que llegó a revisar guiones de Disney. En el de Piloto a la Luna (1962), por ejemplo, solicitó que se retirara cualquier mención a la agencia de inteligencia. Además, permitió a Disney grabar un episodio de El club de Mickey Mouse en su sede en 1955. Los documentos muestran allí el importante papel de otra moneda de cambio: los parques temáticos. El estudio ofreció a los agentes acceso libre a Disneyland a cambio de aquel episodio y quiso incluir una exposición sobre el FBI en otro de sus parques, Tomorrowland, oferta que la agencia rechazó.
Los parques de Disney y la utopía autocrática de Epcot
Cenicienta (1950) forjó a Disney como guardián de los cuentos de hadas. Para cimentar esta fama, Walt decidió construir un parque temático, Disneyland, en Anaheim, California. Vendió su propia casa para financiar el proyecto, que formó parte del expansionismo de una empresa que empezaba a producir películas de imagen real y series de televisión. El parque abrió sus puertas en 1955 y, en las palabras del historiador Steven Watts, era “un monumento” a la “forma de vida americana”.
El diseño de Disneyland estaba inspirado en un pueblo estadounidense modelo, incorporando elementos de películas como Alicia en el País de las Maravillas (1951), Peter Pan (1953) o La Dama y el Vagabundo (1955). Fue un éxito inmediato. El parque invitó a 11.000 personas para su primer día y atrajo a 28.000. También fue vital para las relaciones de la compañía con organismos oficiales, como el propio FBI. En Disneyland incluso se reunieron el entonces senador John F. Kennedy y el presidente de Guinea, Ahmed Sékou Touré, y el propio presidente Ronald Reagan oficiaría su 35º aniversario en 1990.
El parque estaba bien, pero Walt Disney quería una ciudad. Una libre de los problemas de las urbes “agitadas, desorganizadas, sucias y plagadas de delitos” de entonces. En los años sesenta desarrolló el concepto: la Comunidad Prototipo Experimental del Mañana (Epcot, por sus siglas en inglés). Inspirado por el futurismo y el modernismo, Disney concibió Epcot como una colonia industrial utópica y autocrática. La idea era crear una ciudad del futuro para 20.000 habitantes, con parques, oficinas, trenes y residencias, e incorporar innovaciones tecnológicas como el monorraíl.
El diseño de Epcot estaba basado en un plano concéntrico, con un anillo verde y túneles subterráneos para los coches que dejara las calles libres para los peatones. En una presentación, Disney describió el proyecto como “una comunidad planificada y controlada, una demostración de la industria y la investigación, las escuelas y las oportunidades culturales y educativas estadounidenses”. Los residentes serían trabajadores de la empresa, o sus familias, y Disney controlaría la administración municipal. Para llevarlo a cabo, la localización sería el estado de Florida, en la costa este.
En junio de 1965, Disney compró más de 11.000 hectáreas en Florida, el doble del distrito neoyorquino de Manhattan, por cinco millones de dólares. Allí se construiría la “Ciudad del Mañana”. Sin embargo, la muerte de Walt en 1966 por un cáncer de pulmón detuvo el proyecto en seco. El diseñador Bob Gurr lo recuerda con un titular: “Epcot murió diez minutos después de que el cuerpo de Walt se enfriara”. Sin su fundador y con conflictos con las autoridades por los derechos políticos de sus residentes, el proyecto pasó de ser una utopía tecnocrática a un nuevo parque temático dentro del complejo de Walt Disney World.
Eso sí, Disney mantuvo la jurisdicción sobre estos terrenos, el llamado Distrito de Mejoramiento de Reedy Creek, que le había concedido el Gobierno de Florida. El acuerdo permitía a la empresa construir y gestionar los servicios públicos de la zona como el abastecimiento de agua y electricidad, o los cuerpos de seguridad y bomberos, así como emitir bonos municipales libres de impuestos. Durante los últimos cincuenta años, todas las legislaturas de Florida apoyaron este sistema. Todas, menos la de Ron DeSantis.
Alineado con el republicanismo
Durante la última década de su vida, Walt Disney apoyó públicamente al Partido Republicano. Estaba centrado en el diseño de Epcot y los parques temáticos, y supervisó películas de fantasía y familiares como La Bella Durmiente (1959), 101 dálmatas (1961) y Merlín, el encantador (1963). Pero al mismo tiempo seguía espiando para el FBI y se volcó con las campañas republicanas. En 1952, Disney había producido un anuncio para la candidatura de Dwight Eisenhower, titulado Me gusta Ike. Fue el anuncio político más popular del año y formó parte de la primera campaña presidencial que publicó anuncios en televisión. Walt después apoyó a Richard Nixon, y en 1959 donó mil dólares al comité financiero del Partido Republicano.
La ideología de Walt Disney también vive de anécdotas. Una de ellas, popularizada por el escritor Marc Eliot, afirma que el empresario recibió la medalla presidencial de la libertad en 1964 de las manos de Lyndon B. Johnson con una chapa de apoyo a su rival, el candidato republicano Barry Goldwater, en su chaqueta. Su hija Diane confirmó que la chapa había existido, aunque no sabe si se la enseñó al presidente. “Papá no respetaba a Johnson, pero sí tenía un gran respeto por el cargo que ocupaba”, dijo.
Ese mismo año, Disney asistió a la Convención Nacional Republicana y apoyó la candidatura al Senado del actor George Murphy. Donó 3.500 dólares para la campaña, organizó una cena de recaudación de fondos e incluso posó para una foto que se usaría para un anuncio en Los Angeles Times. Meses después, el estudio estrenó Mary Poppins (1964), la única producción de Walt nominada al Óscar como mejor película.
Mickey lleva más de noventa años protegido por la ley de derechos de autor
Tras la muerte de Walt en 1966, Disney dejó de apoyar a candidatos presidenciales. Pero ha seguido donando dinero, apoyando candidaturas e influyendo en legislaturas estatales. La empresa donó dos millones de dólares en las elecciones estatales de 2010 y veintiocho millones en las de 2018. En 2020, donó cuatro millones de dólares a candidatos del estado de Florida, incluyendo 50.000 para la campaña de Ron DeSantis, 913.000 al Partido Republicano de Florida y 313.000 al Partido Demócrata del mismo estado.
Disney también ha invertido en lobbying y ha presionado al Congreso para extender los plazos de las leyes de derechos de autor, como la ‘Ley de Protección de Mickey Mouse’ de 1998. Mickey ha estado protegido por la ley de derechos de autor durante más de noventa años, en lugar de los 56 que requería la ley cuando apareció por primera vez en pantalla. Es un ejemplo claro de la influencia política de la empresa, que pausó sus donaciones políticas en Florida en 2022, a raíz de su conflicto con el gobernador Ron DeSantis.
Todo comenzó con una ley contra los derechos LGBTQ+. En 2022, Florida aprobó la ley ‘No digas gay’, que prohíbe a las escuelas hablar a los estudiantes sobre orientación sexual e identidad de género. Tras recibir presiones de empleados y activistas que criticaban las donaciones a los políticos detrás del proyecto, Disney salió en contra de la ley. “Necesitabais un aliado más fuerte en la lucha por los derechos igualitarios y os he fallado”, dijo Bob Chapek, entonces director ejecutivo, añadiendo un “lo siento”.
A DeSantis no le hizo gracia tener en contra a la empresa más grande de Florida. “Si Disney quiere pelea, ha elegido al tipo incorrecto”, escribió en un correo a sus donantes. Poco después, DeSantis impulsó una propuesta para retirar el estatus especial de Disney sobre Reedy Creek. Al darse cuenta de los costes que supondría, se decidió mantener su estatus, pero estableciendo que el Gobierno estatal eligiera a sus directivos. En respuesta, Disney ha demandando al estado, describiendo la decisión como “represalia por expresar un punto de vista político”. En los últimos meses, Disney ha cancelado inversiones de hasta mil millones de dólares en proyectos de Florida y trasladado 2.000 empleados a sus oficinas de California.
El imperio Disney del siglo XXI
The Walt Disney Company, su nombre oficial desde 1986, se ha convertido en uno de los conglomerados de medios más grandes de la historia. Además del alcance de sus películas, la empresa se ha expandido en las últimas décadas con grandes apuestas y adquisiciones. Comenzó por la televisión, con marcas como Disney Channel y la compra de Capital Cities/ABC.Inc en 1995, y el canal Fox Family Worldwide en 2001. Después adquirió marcas de cine consolidadas como los estudios Pixar en 2006, Marvel en 2009, Lucasfilm en 2012 y 21st Century Fox en 2019.
Durante este tiempo, Disney también ha invertido en tecnología. Compró el motor de búsqueda InfoSeek o la empresa de streaming y análisis de datos BAMTech. Además, la compañía produce series, música, videojuegos, libros, cruceros, hoteles, su propia cadena de streaming, Disney+, y una larga lista de productos y servicios. Sus parques también se han expandido, llegando a París, Tokio, Hong Kong y Shanghái. Para octubre de 2023, cuando cumplió su centenario, Disney tenía más de 200.000 empleados, 147.000 millones de dólares en capitalización de mercado y era la 68ª empresa más valiosa del mundo.
Como gran exportador de entretenimiento, Disney ha sido criticado por convertirse en un agente del imperialismo cultural de Estados Unidos. Tanto de forma explícita, con películas de propaganda, como implícita, con una marca basada en los valores estadounidenses. Una de las primeras grandes críticas fue del chileno Ariel Dorfman y del belga Armand Mattelard en el libro Para leer al Pato Donald, de 1971. El ensayo detalla el uso de los dibujos animados para promover la ideología capitalista en el mundo resaltando la importancia del dinero y el consumismo. Critica que las historias de Disney favorecen a quienes respetan la propiedad privada, como los sobrinos de Donald, y representan como delincuentes a quienes la infringen.
“Mientras Donald sea poder y representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos”, dice el libro. Fue el texto político más impreso en Latinoamérica y fue prohibido por la dictadura de Pinochet. Eisenhower, ya fallecido para entonces, habría estado de acuerdo hasta cierto punto. En 1963 le había otorgado a Walt Disney la medalla de honor George Washington, resaltando su dedicación a “comunicar las esperanzas y aspiraciones de nuestra sociedad libre a rincones recónditos del planeta”.
La historia le ha pasado factura a varias películas de Disney. Aunque los rumores sobre el racismo o antisemitismo de Walt nunca se han confirmado, el estudio representó estereotipos raciales en varias producciones. Los cuervos de Dumbo estaban supuestamente basados en caricaturas de personas de origen afroamericano. De hecho, uno se llama Jim Crow, como el personaje que dio nombre a las leyes segregacionistas en Estados Unidos. Aladín ha recibido críticas por su uso de tropos islamófobos, y Peter Pan todavía genera controversia por su representación racista de los pueblos nativos.
No obstante, Disney también se ha adaptado a los cambios culturales. Se ha posicionado a favor de los derechos LGBTQ+ y ha empezado a favorecer la diversidad en sus cintas, aunque sin alienar a su público más conservador, que ha criticado pasos como la elección de una protagonista negra en La Sirenita (2023). En 2020, el estudio incluyó un aviso al principio de sus películas más polémicas, apuntando que incluyen “representaciones negativas o tratamiento inapropiado de personas o culturas” y especificando que “estos estereotipos eran incorrectos entonces y lo son ahora”. La única película de la que ha renegado por completo es Canción del sur (1946), que idealiza la vida de un trabajador negro en una plantación y no ha estado disponible desde hace más de treinta años.
Disney nació hace un siglo de la imaginación de Walt y se convirtió en vehículo de sus ideas e instrumento de sus ambiciones. Aunque el interés principal del animador era crear cintas, la empresa se convirtió en un foco de conflictos laborales e instrumento de la política de un país en guerra. A medida que sus películas ganaban popularidad y la compañía diversificaba sus negocios, Disney también ganó influencia social y política en Estados Unidos y el resto del mundo. Así, se transformó en algo mucho más grande que el propio Walt Disney, como él predijo. El estudio de animación se ha convertido en un imperio en sí mismo, con su propio sistema de valores, que representa la materialización del sueño americano.
Fuente EOM
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