por José Manuel Cuevas
El escritor argentino, autor de ‘El mundo entonces’, explica por qué estamos en un cambio de época y anticipa sus claves para el futuro.
Vivimos en un mundo en cambio. Las nuevas tecnologías amenazan con el dominio de grandes compañías, pero también han revolucionado las comunicaciones. Con la pandemia de la covid-19 quedó en evidencia la fragilidad y la desigualdad en las sociedades, aunque también resurgió el papel de los Estados. Y la vuelta de los conflictos ha amenazado el orden multilateral, poniendo a prueba los intereses de los países.
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es un multipremiado periodista y escritor argentino. Se exilió en Europa durante la última dictadura, estudió Historia en París, vivió en Nueva York y Barcelona y se radicó en Madrid. Después de publicar más de treinta ensayos, crónicas y novelas, su último libro es ‘El mundo entonces’ (Penguin Random House). En sus páginas asume el papel de una historiadora del siglo XXII para describir estas primeras décadas del XXI y adelantar las crisis y oportunidades que vendrán después.
¿Qué ha visto en estos tiempos para necesitar o querer escribir sobre ellos con perspectiva histórica?
La excusa es que creo que estamos en el final de lo que yo he llamado aquí la “Edad Occidental”. En esta división clásica de la historia entre Edad Antigua, Edad Media, Edad Moderna, la idea de “Edad Contemporánea” es tonta. No significa nada que una edad sea “contemporánea”: toda edad es contemporánea para sí misma. Entonces se me ocurrió que valía la pena tratar de llamarla de alguna manera que la definiera más, y me parece claro que en los últimos dos o tres siglos Occidente ha tenido una hegemonía como nunca hubo en la historia del mundo.
El mundo está globalizado porque está reproduciendo los modelos occidentales en todos los aspectos. Desde la organización política hasta las máquinas que se usan, pasando por la ropa, la música… En fin. Para fijarle un principio me pareció lógico el momento de la promulgación de la primera constitución democrática occidental: 1776 en Estados Unidos.
Pero esto se está terminando. En este momento hay dos países que concentran más de un tercio de la población del mundo: China y la India, que tienen un poder económico creciente e incontenible y que pronto van a terminar con esta hegemonía occidental. Para fijar también un principio, vi que hace año y medio o dos años China había tenido por primera vez un producto interno bruto mayor que el de Estado Unidos [se trataba de la riqueza neta del gigante asiático, que había superado la estadounidense]. Esa fue la excusa, pero la verdad quería sintetizar cómo somos. Encontrar un recurso que me permitiera dar dos o tres pasos atrás para habilitarme a mirar de otra manera.
¿Qué puntos de inflexión ve entonces en esta época para decir que estamos en un cambio? Hablaba usted de China.
Ese para mí es el punto de inflexión más significativo. El cambio de hegemonía, el hecho de que durante trescientos o cuatrocientos años ésta se centró en ese pequeño sector que llamamos Occidente y que eso ya está terminando. Pero después, por supuesto, hay muchos otros cambios que van apareciendo en el libro y muestran cuán diferente es esta época de lo que se vivía hace setenta u ochenta años. El hecho de que, por ejemplo, hayamos terminado por consolidar una civilización totalmente urbana, cuando hasta hace ochenta años el mundo todavía era predominantemente rural, o que hayamos ganado en este lapso veinte años de esperanza de vida. Globalmente es muchísimo, que las personas vivan treinta años más que hace ochenta años es un cambio infernal del que no nos damos cuenta.
“China entendió que no podía ser una gran potencia si no pagaba el precio de expandirse”
¿La hegemonía de China será sólo económica o también puede ser política? Representa un modelo autoritario.
No sabemos qué va a pasar. A China le pasa algo raro ahora, me parece. Ellos siempre se creyeron que eran lo mejor del mundo y que todos los demás eran despreciables. Hace tres mil años se solía llamar el Imperio del Centro: era el centro del mundo y todo lo demás era desdeñable. Hubo un momento que a mí me hace mucha gracia, que es la gran expedición de 1420 cuando lanzaron esos enormes barcos al mar para ver el mundo. Ver qué había más allá de China, como una especie de excentricidad, de “vamos a ver qué hay”. Llegaron a África y lo que vieron no les interesó nada.
Occidente ochenta años después se encontró con espacios semejantes y se dio cuenta de que eran zonas de las que podría extraer riquezas sin fin, y eso empezó a armar la Edad Occidental. Durante trescientos o cuatrocientos años China pagó las consecuencias de no haberse expandido. Ahora vive en un mundo tan globalizado que creo que entendieron que no pueden ser una gran potencia si no pagan el precio de expandirse. Están por todos lados, reticentemente, yo creo, porque lo que les importa son ellos mismos, lo demás es poca cosa. Pero se dan cuenta de que no pueden no hacerlo.
Es un modelo de expansión distinto al de Estados Unidos.
Un modelo amoral, diríamos, porque no trata de vehiculizar ningún tipo de moral, como los americanos, aunque esa moral sea muchas veces totalmente falsa. Los chinos dicen: “Cada uno hace lo que quiera, yo no me voy a meter en eso”. Ahí está el punto sobre el que tú preguntabas, que es en qué medida exportarán su modelo político, que por otra parte es un modelo absolutamente occidental.
¿En qué sentido?
Es esta supuesta concreción de una serie de ideas que aparecieron en Alemania en 1840, que se difundieron básicamente en Europa antes de llegar a Asia. Una concreción muy mala de esas ideas, pero está basada en ellas. El marxismo, al Partido Comunista… Todos esos son términos totalmente occidentales. No creo que los chinos hagan ningún esfuerzo por difundir su modelo político. Es inevitable que ciertos países piensen: “Bueno, si esto le funciona tan bien a los chinos ¿por qué no hacerlo nosotros?”, pero no ha sucedido mucho. Uno podría esperar que esto hubiese ocurrido más en los últimos veinte o treinta años, pero no hay tantos ejemplos de eso, o sea que quizá no suceda.
Dentro de los cambios que ha mencionado, desde el final de la Segunda Guerra Mundial también estamos en la época más pacífica de la historia. Sin embargo, vivimos en un mundo cada vez más armado. ¿Es falsa nuestra sensación de seguridad?
No diría que es falsa. Es quizás a veces un poco excesiva porque efectivamente hay armas más que suficientes para destruir el planeta, pero en eso llevamos treinta o cincuenta años. Y hasta hace treinta parecía que esa destrucción mutua estaba cerca. En ese sentido, la profecía Oppenheimer funcionó: haber creado armas tan poderosas hizo que se usaran mucho menos o que no se usaran por el miedo que producían.
Ya llevamos ochenta años con este sistema y han sido los ochenta años más pacíficos de la historia conocida. Muertos ha habido infinitamente menos que en todo lo anterior y creo que la guerra actual —más allá de esta despersonalización de la que hablo en el libro, el hecho de que cada vez más se pueda combatir sin poner personas en el campo de batalla— tiene otras dos características muy fuertes. Por un lado, el acotamiento: en ochenta años ha habido muchas pequeñas guerras que podrían haber desbordado y que nunca desbordaron. Siempre se mantuvieron locales justamente por el efecto Oppenheimer, por el miedo a que esto se fuera al carajo.
El otro fenómeno, se me ocurrió hace poquito y no está en el libro, me gusta llamarlo la “guerra reticente”. Durante toda la historia, cuando un poder entraba en guerra ponía en juego todo lo que envía en esa guerra. Si tenías elefantes, ponían elefantes, si tenías arqueros, ponías los arqueros, si tenías gas mostaza, ponías gas mostaza. Desde la Segunda Guerra Mundial ya no se cumple esa premisa. Los poderes ya no ponen en cada guerra todo lo que tienen porque tienen miedo de poner todo, porque hay organismos internacionales que también se lo impiden… Ahora a Israel técnicamente no le costaría nada arrasar Gaza: si no lo hace es porque hay un mundo organizado tal que no lo puede hacer. Entonces entre la guerra total y la guerra reticente creo que han hecho que muera mucha menos gente.
Hace más de un año y medio que Rusia invadió Ucrania y la guerra continúa, ahora Israel ha invadido Gaza como respuesta a los ataques terroristas de Hamás… ¿Son excepciones o son ejemplos de un mundo que va hacia el conflicto?
Yo no lo llamaría de una ni de otra manera. Son encarnaciones de algo que sucede. Es decir, cada tanto hay algún país que se pone en guerra con otro o algún sector que pelea contra otro. Si quieres, la diferencia de estos dos es que nos tocan más cerca. Hasta ahora eso pasaba en Asia Central, en África, en lugares que no nos importan nada. En cambio, estos dos ya están más cerca, pero, es un poco crudo decirlo así, en términos cuantitativos no es un conflicto muy importante. En Israel y Gaza ha habido, no sé, 13-14.000 muertos. En cualquier jornada más o menos intensa en las trincheras del Marne moría más gente.
“Todos quedamos en ridículo cuando pronosticamos los grandes cambios sociales que la pandemia iba a producir”
Usted también trata otro hito de esta época: la pandemia. En España se decía que saldríamos “mejores”. ¿Cómo se creerá en el siglo XXII que nos afectó en el XXI, así como hoy hablamos de la mal llamada gripe española de hace cien años?
Fíjate que la gripe española ha sido de los fenómenos menos glosados de la historia. La cantidad de letra por muerto es de una producción ínfima, curiosamente. Con la pandemia pasó de modo contrario. Mientras estaba activa, todos escribíamos muchísimo sobre qué nos estaba pasando. Pero en general a la salida de eso la mayoría de las personas lo único que hicieron fue olvidarla y volver a hacer como si nunca hubiera sucedido, ¿no? Todos quedamos un poco en ridículo cuando pronosticamos los grandes cambios sociales que la pandemia iba a producir. Fue muy poco, yo la verdad no lo veo. Es muy curioso. Realmente creíamos que iba a pasar algo con eso porque era un fenómeno muy fuerte.
En el libro menciona la división entre el “Mundo Rico” y el “Mundo Pobre” como una constante. ¿Será la división más importante en el orden internacional?
Yo creo que sí. Los habitantes de los países ricos o los habitantes ricos de los países pobres no nos damos cuenta de las diferencias inmensas que hay entre nuestras vidas y las vidas de miles de millones de personas. La desigualdad es el rasgo más impactante del mundo contemporáneo y parte del libro trata de poner en evidencia eso. La forma en que vivimos sólo es posible porque somos pocos los que lo hacemos.
En la forma en que comemos, no hubo en la historia este tipo de consumo de alimentos, así totalmente desmesurado. Si el mundo entero quisiera comer así, no alcanzaría ni el sistema solar entero. De hecho, hay sectores que están empezando. Los chinos comían cinco o seis kilos de carne hace cincuenta años por año y por persona; ahora comen cincuenta kilos. Ya están agotando muchas reservas. Si todos tuviéramos la proporción de coches por persona que tiene Estados Unidos, viviríamos en una nube negra. La única condición de que esto sea así en Estados Unidos es que no lo hagan los demás.
Son desigualdades muy condicionadas.
Son necesarias. No son un error del sistema: son necesarias para que el sistema pueda seguir tal cual es. Para romper con esa desigualdad habría que moderar mucho el consumo de los países que se lo están llevando todo.
Este sistema también nos tiene centrados en el trabajo, al que le dedica un capítulo. ¿Por qué el trabajo es el centro de nuestras vidas?
No lo sé, viene de lejos. “Ganarse el pan con el sudor de tu frente” y todas esas maldiciones. Pero es muy curioso comprobar que realmente nos definimos a partir de lo que hacemos como trabajo. Si te preguntan qué eres, lo primero que dices es tu profesión. No dices “amante del jazz” o “novio de fulana” o lo que sea, dices “soy periodista”. Es curioso. Seguramente en otras épocas las cosas no eran tan así, pero ahora sí lo es, con lo cual el trabajo no es sólo la carga que es sino una aspiración ineludible. Porque si no eres, estás jodido. Algo hay que ser.
Al mismo tiempo, las grandes tecnológicas están cada vez más presentes en nuestras vidas, sobre todo a través de las redes sociales. ¿Cuál será la gran revolución de nuestro tiempo?
No sé si podría aislar una, pero lo primero que se me ocurre —quizá mañana no esté de acuerdo— es la posibilidad del aislamiento. Quiero decir que estar solo ya no es aislarse. Durante la mayor parte de la historia, si querías estar con otros tenías que estar con ellos, verlos, escucharlos, tocarlos, etcétera. Ahora ya no. Ahora uno puede estar muy inmerso en el mundo encerrado solo en un cuarto. Contactos, relaciones, discusiones, encuentros… Todo sin ver nunca a nadie. Eso me parece un cambio fuerte.
Una tontería que se relaciona con esto es cómo cuanto más ricos son los países, más personas viven solas. Ahora vivir solo ya no es necesariamente vivir solo. Una cosa era cuando estabas solo y era un silencio, una negrura absoluta. Ahora estás solo, llamas a fulano y “¿qué tal?, ¿cómo estás?”, “veamos el partido juntos”. Me pasa con mi hijo: a veces vemos los partidos de Boca, él está en Buenos Aires y yo estoy acá. Es un cambio muy grande: por eso hago insinuaciones a lo largo del libro sobre que el sexo presencial se va a ir terminando. Es lo último que queda donde la presencia en el mismo lugar todavía es indispensable, pero cada vez menos porque también hay formas de sexo virtual.
“La gran pelea social y política de los próximos tiempos será por los excedentes de la automatización”
Uno de los nuevos juguetes tecnológicos, precisamente, es la inteligencia artificial. Pero el libro anticipa que la “singularidad tecnológica” [la hipótesis de que habrá algoritmos que desarrollen otros más potentes hasta superar la inteligencia humana] habrá fracasado. ¿Cuál será el lugar del ser humano en un mundo que se está automatizando?
Yo espero que el trabajo sea cada vez menos definitorio. Todas estas máquinas que automatizan el mundo nos permiten trabajar menos. Si antes para roturar un campo necesitabas dos bueyes y un señor que estaba detrás que se pasaba diez horas, ahora en media hora con un tractor te lo hacen. Se gana tiempo, se necesita menos esfuerzo y por tanto el trabajo es cada vez menos exigente.
Pero hay una gran contradicción que yo creo que va a ser la más significativa en las próximas décadas, la que tiene que ver con los excedentes de esa automatización. Creo que va a ser la gran pelea social y política de los próximos tiempos. Cada vez hay menos necesidad de mano de obra porque todo está cada vez más mecanizado, y por ahora los que se quedan con los excedentes son los dueños de esas máquinas. Va a haber una pelea en algún momento en que esos trabajadores y extrabajadores digan: “Queremos nuestra parte”. Un poco la idea del salario universal tiene que ver con eso.
En relación con las nuevas tecnologías, debo preguntarle por los medios de comunicación. ¿Cuál será su papel en una esfera pública de exceso de información y desinformación?
Para empezar, estamos entendiendo que hemos perdido el monopolio sobre la actualidad, sobre la urgencia, y que podemos o deberíamos hacer aquello en lo que somos más duchos. Son dos cosas, básicamente: contar y analizar. Si sabemos contar mejor, tenemos tiempo para averiguar ciertas cosas y sabemos relatarlas con alguna gracia. Por otro lado, como dedicamos mucho tiempo a seguir ciertos fenómenos para poder contextualizarlos, podemos entenderlos y hacerlos entender de una manera más eficaz. Eso es lo que tenemos que hacer: contar y analizar, y olvidarnos de pelear por ser el primero.
Sin embargo, yo estoy muy impresionado con la credulidad de muchas personas. Por ponerlo en mis dos lugares: el hecho de que en Argentina haya miles de personas que piensen que un señor que discute su programa con su perro muerto puede ser un buen gobernante, a mí me parece raro. Al mismo tiempo, menos caricaturesco, en España hay miles y miles de personas que creen que esto se va a transformar en una dictadura. Es algo totalmente inverosímil. No hay ninguna atadura, no hay interés, no hay condiciones, pero salen a la calle a pelear contra la dictadura. Hay una especie de capacidad de creer cosas inverosímiles. No sé a qué responden, como si no pudieran poner en cuestión las cosas más evidentes.
Damos por hecho a los países como principal actor internacional, pero son algo reciente: su número se ha triplicado en el último siglo. Ahora a raíz de la pandemia los Estados están más presentes. ¿Van a perder esa preponderancia?
Ya la están perdiendo. Aparecen en esa situación de crisis humanitaria que parece ser el papel que en muchos casos le quedan a los Estados, intervenir entonces. Pero son incapaces de intervenir en el orden mundial que están creando las grandes corporaciones. El impuesto europeo mínimo del 15%, ¿hace cuánto están diciendo que lo quieren hacer? Y sería una vergüenza, porque tendrían que pagar mucho más. Habría que ver cómo evolucionan los Estados para tener el peso y el poder suficiente como para enfrentarse a esas grandes corporaciones, cosa que por el momento no tienen y cosa que disminuye absolutamente su papel.
Lo de los países es curioso porque efectivamente se ha multiplicado el modelo país. Una tontería adyacente: hasta hace sesenta años y desde el principio de los tiempos siempre hubo colonias, siempre hubo poderes que se apropiaron de tierras que no eran las naturalmente suyas. Esta es la primera vez en la historia en que prácticamente no hay, salvo cuatro islitas que no le importan a nadie. Es raro y no nos damos cuenta. Es la primera edad acolonial desde que el mundo empezó a estar registrado.
“La democracia está en crisis porque no puede resolver los problemas de las personas”
Una de las cuestiones más disruptivas en el libro, relacionada con los países, es leer sobre la democracia y el capitalismo en tiempo pasado. ¿En qué tipo de crisis están como para vislumbrar que van a dejar de existir o dominar?
Es un poco amplio y largo. El libro supuestamente está escrito en el 2120 y da destellos de cosas que deberían pasar en esa época a través de las extrañezas de su autora. Cuando se extraña de que la gente use pantalones, uno dice “¿entonces qué cosa usan?”. Lo mismo pasa con la democracia o el capitalismo.
Yo creo que la democracia está en crisis básicamente porque no puede resolver los problemas de las personas que viven bajo su estructura. Se nos pide una especie de fe en una serie de mantras que no llegan a solucionar problemas muy urgentes. Entonces, si es cuestión de fe, mucha gente la va perdiendo. «Si Dios no hace ningún milagro de vez en cuando, ¿a mí qué coño me impronta Dios?». Con la democracia lamentablemente está pasando en muchos países. Hay mucha gente para la cual la democracia es el sistema político en el cual han vivido mal, están viviendo mal y no consiguen lo que quieren. No le deben nada. O se mejora la democracia para que sea un espacio en el que sí se pueden conseguir esas cosas, o va a empezar a caer en el desdén.
En cuanto al capitalismo, no sé cómo podría terminar. Lo único que sé es que vivimos convencidos de que no hay otra forma posible de organizar el mundo. Y si algo aprendí estudiando historia es que no hay ningún sistema socioeconómico que duré para siempre: cambian, revolucionan, terminan. Ha pasado con todos, entonces no hay ninguna buena razón para pensar que no va a pasar con este también. Ha habido sistemas que estaban mucho más pensados para ser eternos. Cuando había monarquías de derecho divino, las había hecho Dios, que era eterno. Eso todo se fue al carajo. Al capitalismo le va a pasar lo mismo no sé cuándo.
Habla de Dios, de derecho divino… Hace cien años parecía que la religión perdería peso por el auge de la ciencia y la tecnología. Hoy, sin embargo, está más presente. ¿Por qué, si estamos en una época más avanzada?
Están más presentes ciertas religiones y en ciertos sectores. En la cuna del cristianismo, en Europa occidental y demás está mucho menos presente que hace cien años, eso está claro. Los grandes países cristianos (España, Francia, Italia…) lo son infinitamente menos que hace cincuenta años. Y en cambio se ha difundido el cristianismo en países más pobres, en África y en América Latina. ¿Por qué? Supongo que es una forma de dar esperanza de que a uno le va a ir un poco mejor de lo que le va. Por otro lado, se difundió mucho el islam por una componente yo creo que casi nacionalista. Es la bandera de muchos países que anteponen ese nacionalismo al suyo propio, o lo coordinan, y se ha transformado en una bandera política de ciertos pueblos que se sienten maltratados.
Ofrece certezas en un mundo incierto.
Sí, y sin embargo hubo un momento que a mí me impresionó mucho. En marzo de 2020, el obispo de Roma [el vicario del papa para la arquidiócesis de Roma] decidió cerrar todas sus iglesias porque había riesgo de contagio cuando la pandemia. Me impresionó muchísimo porque es uno de los grandes dignatarios católicos y porque durante dieciocho siglos la reacción de una calamidad de ese tipo era acercarse a la religión, sacar a los santos a la calle, hacer procesiones, darse latigazos en la espalda… Y éste desdeñó cualquier solución religiosa al problema. Fue un cambio muy fuerte y me parece que no fue del todo registrado, pero que sería quizás el momento en que la religión teológica entrega el cetro a la religión científica.
“Soy optimista a mediano y largo plazo por una constatación histórica”
En una época de cambio hay amenazas, oportunidades, caída y auge de fenómenos… ¿Cuál es la gran amenaza de estos tiempos o de los que se vienen?
Me cuesta mucho ver las cosas como amenazas. Hay problemas, por supuesto, pero problemas que se van de algún modo resolviendo, como siempre se han resuelto. La amenaza clásica ahora, que es la amenaza ambiental, tiene para empezar un fallo significativo: se piensa los problemas del futuro con las herramientas del presente o del pasado. Cuánto subió la temperatura, cuánto van a subir los niveles del mar dentro de ochenta años…, pero no se piensa qué habremos hecho en estos ochenta años para contrarrestar esos problemas. Al final el ecologismo cae en eso: pensar en problemas del futuro con herramientas del pasado. Hay gente que vivirá, que tendrá que salir del lugar donde vive, hay lugares que se volverán menos habitables, pero al mismo tiempo habrá lugares que se volverán mucho más habitables. Qué sé yo, la tundra rusa será un lugar para plantar uvas. Eso no me preocupa más de la cuenta.
Me impresionó mucho, y por eso escribí un libro sobre el hambre, constatar que había tanta gente preocupada por la amenaza ambiental que podía llegar a ser tremenda dentro de setenta años, y que a nadie le importa que en este momento murieran millones de personas por desnutrición. Yo creo que la peor amenaza sigue siendo esa: vivimos en un mundo que es capaz de producir alimentos para todos fácilmente, y sin embargo permite que haya 900-1.000 millones de personas que pasan hambre y sufren muy gravemente de esa hambre. Eso no es una amenaza, es una desgracia constante y a la que no hacemos mucho caso.
Pese a su diagnóstico del presente, usted se muestra optimista de cara al futuro. ¿Por qué debemos serlo viendo el mundo de hoy?
Yo soy optimista a mediano y largo plazo. También por una constatación histórica. Vivimos mucho mejor que hace 2.000 años, que hace mil, que hace quinientos y que hace doscientos. Estamos llenos de datos que podríamos usar sobre cómo hemos ido mejorando. Hace doscientos años yo podía tener un esclavo y decirle “tírate por la ventana”, y el tipo se tenía que tirar por la ventana porque era mi propiedad. Ahora nos parecería raro. Y así sucesivamente. Hace cien años el 90% de la población del mundo no podía leer dos letras. Había todo tipo de reyes, reyezuelos, dictadores… Ahora hay muchos menos y en general vamos viviendo cada vez mejor.
Vivimos mucho más, como decíamos antes. Creo que es un dato fortísimo. Entonces no veo ninguna razón para que esa tendencia se rompa. ¿Qué tenemos tan excepcional que ahora vamos a hacer mierda todo aquello que siempre siguió en esa dirección? Yo tontamente creo en el progreso. Es mucho más elegante decir: “No, todo se va al carajo”, “esto se hunde”. Mi frase de cabecera desde hace unos años es una de Borges que dice: “Le tocaron, como a todos los hombres, tiempos difíciles en que vivir”. A todos nos tocan tiempos difíciles y en todos los tiempos hay situaciones que se sienten como retrocesos, como peligros, como preocupaciones. Pero insisto: en el largo término las cosas han ido mejorando siempre. ¿Por qué van a dejar de hacerlo ahora?
Fuene El Orden Mundial
Asking questions are truly nice thing if you are not understanding
something fully, but this paragraph gives nice understanding even.
My web site; Advanced Pressure Washing Services
Approximately 80 of patients described in the literature have a predisposing condition, most commonly surgical asplenia Priligy