Por Miguel Martinez
El gobierno colombiano realizó la Conferencia Internacional sobre Venezuela para activar una nueva negociación entre gobierno y oposición. ¿Qué puede decirse sobre esta iniciativa? ¿Cómo se originó, cuáles han sido sus resultados y qué esperar para el futuro?
Hace casi veinte años, en abril de 2004, un combativo diputado colombiano se presentaba en Caracas para participar en el II Encuentro Mundial de Solidaridad con la Revolución Bolivariana. Con el evento se buscaba dar un respaldo internacional al presidente Hugo Chávez, quien dos años antes había sido derrocado… por 48 horas. A pesar de su relativa juventud, aquel político costeño —que se llamaba Gustavo Petro— acumulaba una dilatada trayectoria política y fungía como diputado por el Polo Democrático Independiente. También acudieron en dicha ocasión, entre otros, el comandante sandinista Tomás Borge, la dirigente argentina Hebe de Bonafini y Evo Morales, líder del movimiento cocalero en Bolivia.
Otra figura emergente que participó en el aquel encuentro fue Nicolás Maduro, voluntarioso diputado del Movimiento V República (que luego daría lugar al actual PSUV) que unos meses antes había formado parte de la comisión negociadora del chavismo en la Mesa de Negociación y Acuerdos. Este fue un mecanismo de diálogo que el expresidente colombiano César Gaviria, a la sazón secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), había impulsado con la intención de canalizar el conflicto político en Venezuela. Según rezaba la resolución 833 del Consejo Permanente de la OEA, la salida política a dicho conflicto debía ser «democrática, pacífica, constitucional y electoral».
El cultivo de una relación especial
Dice el tango que veinte años no es nada. Petro y Maduro son ahora presidentes de sus respectivos países. En la misma senda, Morales no oculta las ganas de repetir la experiencia. Venezuela, por su parte, sigue buscando la solución democrática, pacífica, constitucional y electoral. Se han desarrollado sucesivos procesos de diálogo en Caracas, Santo Domingo, Oslo y Barbados, mientras distintos actores foráneos asumen las tareas de facilitación. Desde hace casi cuatro años el encargado es el gobierno de Noruega, cuyos esfuerzos por conducir las conversaciones que tienen lugar en Ciudad de México —o que deberían tenerlo, según el guion previsto— no han rendido grandes resultados.
Pero Maduro y Petro viven momentos distintos. El primero lleva diez años a la cabeza de una Venezuela arruinada, de la que ha salido casi la cuarta parte de su población y no está en condiciones de suceder a Chávez como líder de la izquierda latinoamericana —algo que este logró a golpe de petrodólares—. Mientras, el presidente colombiano aspira tomar el testigo de ese liderazgo regional, poniendo cuidado en que la empresa no naufrague como al otro lado del Arauca.
Petro cuenta con varias ventajas en este sentido. Ha superado las mocedades que todavía aquejan a Boric. Pero aún no sufre las cargas y achaques de Lula o AMLO. En cuanto a experiencia política, supera ampliamente a Fernández en Argentina y a su amigo Castillo del Perú. Tiene, además, la suerte de haber heredado una de las economías más estables de Sudamérica. Todo ello le facilita una ambición personal: ponerse a la cabeza de esta segunda oleada de izquierdas. Busca promover una agenda progresista en la que se destacan sus propuestas sobre inclusión social, medio ambiente, despenalización de los cultivos de coca y una gestión particularmente comprensiva y amistosa de la cuestión venezolana.
Petro y sus objetivos
Pero el lío que se ha montado en la cuna de Bolívar no es hueso fácil de roer. El manejo de las relaciones con Venezuela es y ha sido siempre asunto primordial y laborioso en la Casa de Nariño. La agenda binacional, históricamente compleja, se ha vuelto en extremo tóxica y peligrosa durante el actual siglo. No obstante, Petro confía en manejarla de forma singularmente eficaz, gracias a varios factores que parece tener a su favor. El principal de todos, el que verdaderamente marca un giro en las relaciones bilaterales de los últimos tiempos, es que Petro es el primer presidente afín con el que el chavismo puede contar en Bogotá. Dicha afinidad no implica una comunión incondicional (¿existe semejante cosa en política?), pero sin duda aporta una comunicación mucho más fluida que la que a duras penas mantuvieron chavismo y uribismo.
En virtud de la familiaridad existente, los objetivos de Petro con respecto a Venezuela se concentran en propiciar la estabilidad en casa de un vecino (y pariente ideológico) especialmente conflictivo, y en lograr de ese modo hacerlo presentable a todo el vecindario, incluso ahora cuando, al calor de una segunda marea rosa, la familia progresista ha ocupado casi todo el vecindario y los vínculos ayudan a limar asperezas. De ahí que las primeras medidas tomadas por Petro ante Venezuela hayan consistido en el retiro del estatus diplomático otorgado por Duque al gobierno interino que presidía Juan Guaidó, el reconocimiento a Maduro como legítimo presidente de Venezuela y la devolución al chavismo del manejo de la empresa Monómeros en Colombia.Venezolanos cruzan a Colombia por el puente Simón Bolívar, sobre el río Táchira |
Conferencia Internacional sobre Venezuela
Con la ayuda de las artes diplomáticas que caracterizan al embajador Armando Benedetti en Caracas, el presidente colombiano se ha enfrascado en viajes y reuniones con su homólogo venezolano. Procuró la reapertura de la frontera comercial entre ambos países e intenta gestionar el espinoso asunto de la lucha con las facciones rebeldes de las FARC y de los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), organizaciones que operan con notoria impunidad en Venezuela. Y mientras Petro busca la ayuda de Maduro en estos asuntos, Maduro busca la ayuda de Petro para manejar el más enojoso de los obstáculos que aún le impiden consolidar plenamente su poder: las sanciones impuestas por los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.
Como los norteamericanos y los europeos se niegan a levantar dichas sanciones sin que el régimen de Maduro despeje la vía para unas elecciones libres, el presidente colombiano ha hecho gala de su mayor talento diplomático para intentar convencer a Washington y Bruselas de que sin el levantamiento de las sanciones no habrá más democracia en suelo venezolano. Para ello, y sin pretender menoscabar el Proceso de México, Petro organizó en Bogotá la reciente Conferencia Internacional sobre Venezuela, para la cual invitó a veinte países. Los negociadores de la oposición venezolana —que por alguna razón confían en que los amigos de Maduro puedan facilitar las cosas— se reunieron con Petro tres días antes y declararon sus expectativas de que la Conferencia pudiera producir una declaración que exhortara a Maduro a volver a los diálogos de México.
Petro, Biden y Venezuela
Pero sucede que previamente Petro llegó al punto de viajar a Washington para reunirse en la Casa Blanca con el presidente Biden, cuyo equipo dejó claro que solo aligerarán las sanciones cuando Maduro acepte un cronograma electoral con garantías, la depuración del registro de votantes, una misión de observación electoral verdaderamente seria y la validación de figuras políticas actualmente vetadas por el chavismo.
Después de tales aclaratorias, ni siquiera el interés de las petroleras europeas por obtener ventajas parecidas a las que se concedieron a Chevron sirvió para mover las cosas. De los veinte países asistentes, muy pocos enviaron a sus cancilleres. Y mientras Maduro exigía públicamente que Estados Unidos cumpla con el único acuerdo firme alcanzado en estos mecanismos de diálogo —el desbloqueo de MM USD 3.200 pertenecientes al Estado venezolano, mientras se extendía la licencia de operaciones a Chevron en Venezuela—, un incómodo Guaidó huyó de Venezuela para aparecerse en Colombia, donde el canciller colombiano lo acusó de entrar ilegalmente al país y le mostró el camino de salida hacia los Estados Unidos. Al final, la cumbre no produjo ninguna declaración conjunta.
El interés de negociar
Está claro que la verdadera negociación es la que está planteada entre Maduro y los Estados Unidos. De momento, la oposición venezolana, que se mantiene en la mesa de negociaciones, está muy debilitada por el hostigamiento oficialista y el descrédito de su propio desempeño. La oposición se ha visto obligada a cifrar todas sus cartas negociadoras en la presión que decida ejercer Washington y en la buena voluntad de los demás gobiernos. Estos, a pesar de su disposición para ayudar, también tienen sus propios intereses en juego. Si la oposición venezolana no renueva la legitimidad de su carácter representativo de la sociedad, es probable que la suerte de Venezuela recaiga en las negociaciones de la autocracia con actores foráneos. Además del rol primordial que juegan las grandes potencias, Petro está trabajando duro para ser también uno de los actores más determinantes al respecto.
Original de Dialogo Politico
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