Por Carlota Garcia
China lidera todos los frentes en la industria de la transición energética, pero su modelo de explotar recursos en otros países y el pulso con Estados Unidos amenazan ese dominio. Si quiere exportar a Occidente, deberá obligar a sus empresas a respetar el medioambiente y los derechos humanos.
China pretende reducir su huella de carbono a cero para 2060. Será difícil porque depende del carbón, pero ya se ha metido de lleno en la industria de la transición energética. Es el país que más carbón consume y produce, el que emite más gases de efecto invernadero y al mismo tiempo lidera el suministro de tecnologías de energía renovable, sus industrias y la construcción de fábricas para la descarbonización.
Pero China no es la única potencia que está girando hacia las renovables. Estados Unidos se ha propuesto para 2030 emitir un 50% menos de gases de efecto invernadero que en 2005. La Unión Europea tiene su propio plan para reducirlos y se ha comprometido con la neutralidad climática: eliminar tanto CO2 como el que produce de aquí a 2050. España, el Reino Unido o Alemania también tienen planes para generar menos electricidad con recursos fósiles y más con energías renovables. Ese compromiso global por reducir las emisiones y la rivalidad económica y geopolítica con Washington amenazan la primacía china en el sector.
Controlarlo todo: la receta china para el éxito
China domina todos los frentes en la industria de la transición energética: inventa, fabrica y exporta. En veinte años sus empresas se han colocado a la cabeza. Tienen más capacidad solar y eólica, y son los mayores proveedores de turbinas de viento, placas solares y baterías eléctricas. En 2009, Estados Unidos tenía el doble de capacidad eólica que China y cinco veces más capacidad solar. En 2021, el gigante asiático ya le había superado por más del doble en capacidad eólica y más del triple en solar. En otros frentes la inversión llegó aún más rápido. China ha pasado de tener cinco veces menos coches eléctricos que Estados Unidos en 2013, a tener más del triple en 2021. Todo ello gracias a cuantiosas ayudas estatales.
Desde el principio, China entendió lo que debía hacer para dominar la nueva geopolítica energética.Por un lado, controlar la extracción de las materias primas necesarias para la energía verde; por otro, producir la tecnología que se usa en estas industrias renovables para exportarla. Las empresas chinas fabrican el 70% de las placas solares del mundo, un tercio de las turbinas eólicas y la mitad de los vehículos eléctricos. Tienen una ventaja competitiva al controlar gran parte de la extracción y compra de muchas materias primas estratégicas, como níquel para placas solares, cobre para turbinas, silicio para semiconductores o tierras raras. El acceso a los minerales, que se deben extraer y refinar para obtener el material final para su uso, ha ayudado a garantizar el control de la fabricación y suministro de la tecnología crítica.
Por ejemplo, China vio un nicho en las cadenas de suministro de baterías para coches eléctricos. Se adelantó a comprar cobalto de la República Democrática del Congo, útil para su producción, cuando aún era barato, hasta hacerse con el 70% de su minería global y una parte mayor de la industria de refinamiento. También se hizo con la mayoría de la cadena de suministro de células de baterías de iones de litio, que se usan en vehículos, móviles y ordenadores portátiles. Todo ello convierte a China en el socio comercial predilecto en la carrera mundial por reducir emisiones, un electro-Estado al estilo de los petro-Estados.
Un Estado comprometido… con trasladar las emisiones
Sin embargo, extraer metales para la transición energética también contamina. China tiene grandes yacimientos que solía explotar hasta que vio que afectan el aire y el agua. Por ejemplo, obtener tierras raras requiere agua y productos químicos que se vierten en la naturaleza, perjudicando cultivos y comunidades. La polución ahogaba a la población china y ensuciaba el agua, y Pekín tuvo que buscar otro camino. Adoptó un modelo más sostenible con regulaciones estrictas y comenzó a extraer los recursos de otros países para alejar la polución y las quejas de sus fronteras. Tuvo éxito: las emisiones de CO2 chinas cayeron entre 2021 y 2022, llegando a reducirse en 8% en primavera respecto al año anterior.
Desde entonces, las empresas chinas han ampliado su producción minera en el extranjero —invirtiendo en Australia, Groenlandia, Madagascar o Tanzania— para centrar la actividad nacional en el refinado. Pero ahora está haciendo sonar las alarmas de la comunidad internacional. En su afán por liderar la transición energética, China está emulando el comportamiento colonialista de los siglos anteriores. La mayoría de los metales se extraen de países en desarrollo, como la República Democrática del Congo, donde se contamina, no se beneficia a la población local y se vulneran los derechos humanos. China, por tanto, ha solucionado el problema nacional reduciendo la contaminación en su territorio, pero a cambio de exacerbarla en otros.
Tasas y sanciones contra China
Frente al auge de China con las renovables, el problema de la Unión Europea y Estados Unidos es que quieren dejar de comprar energía que haya generado emisiones en la producción. Europa necesita energía renovable para su propio suministro, en especial ahora que el combustible ruso no es una opción, pero no a cualquier precio. Bruselas podría aplicar tarifas basadas en normas medioambientales y laborales o tasas al carbono a los bienes importados. Esta medida buscaría regularque los paneles y turbinas que se compran a China no estén fabricados mediante explotación laboral o trabajos que dañen el medioambiente.
El Parlamento Europeo, por su parte, pide implementar cuanto antes un mecanismo propuesto en 2021 que ponga un precio al carbono en las importaciones de ciertos productos, para evitar que las industrias emisoras sorteen las normas ambientales europeas al trasladarse fuera del continente. Así Bruselas también aseguraría que las importaciones no fueran más baratas que el producto europeo equivalente, haciendo frente a la competitividad china.
Además, la competición económica y geopolítica de China con Estados Unidos pone trabas al desarrollo de nuevas tecnologías. Los presidentes Joe Biden y Xi Jinping han hecho de la transición energética una prioridad nacional, pero esto no quiere decir que Washington y Pekín vayan a cooperar en este ámbito. De hecho, no lo hacen. Sus disputas los han llevado a abandonar esa vía y han conducido a sanciones estadounidenses que dificultan el desarrollo chino de las tecnologías verdes.
En definitiva, Pekín hace tambalear su propio trono en la industria de la transición energética exportando la contaminación. Invertir en más proyectos en el extranjero para asegurar los recursos necesarios no va a salvarle, y sus clientes europeos y estadounidenses pueden dejar de comprarle turbinas, baterías y otros materiales. Si China quiere exportar a Occidente, tendrá que revisar su modelo. Una manera sería aplicar normas a sus empresas que extraigan recursos en otros países para proteger a las personas y los ecosistemas. De lo contrario puede perder su primacía en un sector clave para el futuro global.
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