La invasión de Irak en 2003 aún marca la política internacional. Los fracasos estadounidenses en Oriente Próximo impulsaron el yihadismo de Dáesh, auparon a Irán y dejaron una región más inestable. La promoción de la democracia quedó desacreditada y países como Rusia decidieron adoptar una política exterior más agresiva.
Por: Alba Leiva
Veinte años después de la invasión de Irak hay un amplio consenso de que fue un error. La operación, promovida por Estados Unidos con apoyo del Reino Unido, España, Portugal o Polonia, fue muy criticada por otros países y no contó con el beneplácito de la ONU. En plena psicosis de la guerra contra el terror, el Gobierno de George W. Bush pretendía derrocar al dictador Sadam Huseín. Su excusa fue que Irak tenía armas de destrucción masiva y financiaba el terrorismo islamista
El resultado fueron miles de muertos. Más de 4.000 militares y personal estadounidense, y unos 200.000 iraquíes, muchos de ellos civiles. Aunque derrotaron a Sadam, que fue condenado a muerte y ahorcado por el nuevo régimen iraquí en 2006, los estadounidenses no lograron establecer una democracia estable en el país ni frenar el auge del terrorismo en la región. Desde entonces, el impacto de la guerra de Irak ha seguido marcando la política internacional, tanto por el descrédito de Washington como por la inestabilidad de Oriente Próximo. Y lo seguirá haciendo en las próximas décadas.
Oriente Próximo es todavía más inestable
Lejos de calmarlas, la invasión liderada por Estados Unidos alteró las disputas étnicas, religiosas y geopolíticas de Irak y Oriente Próximo. En la operación inicial bastó un mes para derrotar a las fuerzas iraquíes y al Gobierno de Sadam Huseín, pero la guerra contra la insurgencia y el terrorismo se extendió casi diez años. El fin del régimen de Sadam, en el poder desde 1979, desató los enfrentamientos entre suníes y chiíes y complicó la transición hacia la democracia que Washington predicaba. La guerra agravó la situación iraquí con muertos, infraestructuras dañadas y unas fuerzas armadas mermadas y divididas.
La presencia estadounidense también reforzó a los grupos islamistas, dándoles más causas para luchar. La invasión motivó la creación de la facción iraquí de Al Qaeda, precursora de Dáesh. En 2014, este grupo islamista con una doctrina más radical que Al Qaeda proclamó el Califato islámico en Irak al hacerse con Mosul, la segunda ciudad más importante del país. Su expansión por Irak y Siria en los años siguientes y los ataques terroristas en Europa como los de París en 2015 iniciaron una nueva fase de la guerra contra el terror. Estados Unidos lanzó nuevas operaciones militares que se extendieron hasta 2017, cuando Dáesh fue derrotado en Irak y Siria. Sin embargo, Dáesh y otras milicias aún constituyen una amenaza global.
Estados Unidos no estabilizó Irak, pero además fracasó en la contención a Irán, que ha ganado mucha influencia sobre su vecino. Ambos países, antes enemigos que entraron en guerra en los años ochenta, tienen relaciones cada vez más fluidas. Teherán busca construir una alianza con Bagdad para defender sus intereses geopolíticos y reforzar su poder regional. Esto podría seguir desestabilizando Oriente Próximo, especialmente en el enfrentamiento contra Israel, principal aliado de Washington en la región.
Estados Unidos quedó desacreditado
“Un nuevo régimen en Irak sería un ejemplo de libertad inspiradora para las otras naciones de la región”. Con estas palabras en febrero de 2003, Bush intentaba convencer al mundo de que acabar con el régimen de Sadam Huseín promovería la democracia en la región. Hoy en día Irak celebra elecciones de forma regular, pero es un país con pocas garantías de libertad y democracia debido a la corrupción, la violencia de las milicias y la debilidad de las instituciones, según Freedom House. De hecho, la nueva Constitución contemplaba cuotas étnicas y religiosas para reflejar la diversidad del país, y acabó siendo ingobernable. Mientras tanto, la mayoría de países en Oriente Próximo califican como autoritarios.
Aunque la hipocresía estadounidense sobre la promoción de la democracia ya venía de la Guerra Fría, la guerra de Irak consolidó este descrédito. Una vez más, la potencia defensora del “mundo libre” y que había auspiciado el orden liberal violaba sus propias reglas. Esto abrió una brecha en las relaciones transatlánticas: Francia o Alemania, por ejemplo, fueron muy críticos con Estados Unidos. La división se trasladó a Naciones Unidas, donde la invasión fue calificada de ilegal por el entonces secretario general Kofi Annan y no fue aprobada en el Consejo de Seguridad. De este modo, el descrédito estadounidense fue también el de la ONU, que fracasaba en su propósito fundacional de evitar conflictos internacionales.
Esta mala imagen de Estados Unidos ha restado credibilidad a su defensa de la democracia. Ya se evidenció en la irrelevancia del Foro de las Democracias, una gran apuesta de la política exterior de Joe Biden cuando llegó al poder en 2021. Tanto el intervencionismo estadounidense como la ineficacia de Naciones Unidas han tenido un impacto claro en el sistema internacional. Otras potencias entendieron que si los estadounidenses intervenían en otros países para defender sus intereses estratégicos, ellos también tienen derecho a hacerlo. La anexión de Crimea en 2014 y la invasión de Ucrania en 2022 por parte de Rusia son la mejor prueba. Así, en su intento de lograr un mundo más seguro, Estados Unidos logró justo lo contrario.
¿Lección aprendida en Washington?
La guerra de Irak sigue dividiendo a la sociedad estadounidense. En su día la invasión la apoyó el 71% de la población, todavía traumada por los atentados del 11S. En 2018, según una encuesta del Pew Research Center, el 43% seguía respaldando la decisión, la mayoría republicanos. Por otro lado, el 52% de los estadounidenses opinaron entonces que su país había fracasado en sus objetivos en Irak. Aunque estas cifras demuestran que la ineficacia, el desmoronamiento de las justificaciones de la Administración Bush y el coste en vidas humanas calaron, también indican que su impacto fue menos drástico de lo esperado. Además, la confianza en las fuerzas armadas sigue siendo alta, de un 64% según encuestas de 2022.
Aunque esto daría margen a Washington para otras intervenciones militares, la acumulación de fracasos en Oriente Próximo ha hecho que las élites estadounidenses se vuelvan más cautelosas. A la actuación de Bush se suman las promesas incumplidas de Barack Obama de retirar las tropas de Irak y Afganistán. Después Donald Trump sentó las bases para la salida de Afganistán negociando con los talibanes, hasta que Joe Biden ordenó la desastrosa salida en 2021. Irak no supuso entonces el fin del intervencionismo estadounidense, pero sí le dejó una lección: no puede involucrarse en guerras lejanas a la ligera.
Original del Orden Mundial