Por: Frank Priess
Vladimir Putin nos recuerda que un imperio sigue siendo un imperio, sea la Unión Soviética o Rusia. A un año de la agresión contra Ucrania esto adquiere una clara y dolorosa actualidad.
Vladimir Putin nos lo recuerda constantemente: la Unión Soviética no sucumbió realmente para todos, aunque para él esté mucho más cerca el antiguo imperio zarista. Después de todo, un imperio sigue siendo un imperio, y otras grandes potencias de otrora también padecieron los dolores de la pérdida de influencia y prestigio mundial. La larga fase poscolonial y sus transiciones dan testimonio elocuente de ello. Es interesante observar que en los debates actuales del Sur global se le recuerda constantemente a Occidente su pasado colonial, pero el caso de Rusia a menudo se mide con diferente vara: «La tendencia de los estudios poscoloniales no llegó a Rusia», resume Karl Schlögel, experto alemán en historia rusa.
En tiempos de la Unión Soviética, los llamados movimientos de liberación recibieron apoyo. Hasta hoy, esto redunda en beneficios por las conexiones entre viejas élites de estos países con Moscú, de manera que permite promover el objetivo principal, a saber, el debilitamiento de Occidente. El propio pasado colonial, sin embargo, apenas fue discutido. «Las mentiras y el colonialismo de los que Putin acusó a Occidente, las practica él mismo en Ucrania», dice Nikolas Busse con razón.
La desintegración de la Unión Soviética
Así, parece lógico el trauma de Putin de que la desintegración de la Unión Soviética y su fin el 25 de diciembre de 1991 hayan constituido la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Sin embargo, se trata de una apreciación que ciertamente no es compartida por todos los Estados que se han independizado desde entonces, y especialmente por aquellos que buscaron con razón en la OTAN y la Unión Europea (UE) protección frente a los abusos de Rusia, como se muestra actualmente en el caso de Ucrania.
En este contexto también está el hecho de que fue precisamente el derecho a la autodeterminación de estos Estados soberanos lo que los llevó a reorientarse en términos de política de seguridad, y no el deseo urgente de la OTAN de acercarse lo más posible a Rusia. Nunca hubo garantías sólidas a Mijaíl Gorbachov de que la OTAN no se expandiría, como ha quedado demostrado, a pesar de todas las narrativas en sentido contrario.
Represión, olvido, ignorancia
Es sorprendente que esta tergiversación de la historia se mantenga tan estable en Alemania, donde al mismo tiempo provocan desconfianza los vecinos más próximos, cuando en los años setenta buscaban intensamente una relación especial con Rusia como consecuencia de la política de distensión. Desafortunadamente, esto afecta la cultura del recuerdo. Muchos de quienes recuerdan con razón a las víctimas del ataque de Hitler a la Unión Soviética olvidan que estas víctimas no eran únicamente rusas. Y que justamente Ucrania, tras crímenes de Stalin como el Holodomor (‘matar de hambre’), en poco tiempo se vio expuesta a la violencia de otro dictador, ahora alemán.
Investigadores de Europa del Este como Guido Hausmann y Tanja Penter reconocen a este respecto la represión, olvido e ignorancia entre sus pares. También Bielorrusia —hoy, al menos temporalmente, un Estado vasallo de Rusia debido a la codicia de poder de su deslegitimado líder Viktor Lukashenko— también recuerda algo comparable. Al menos parece haber cierto movimiento en las percepciones.
Thomas Petersen afirma, basándose en una encuesta del Instituto Allensbach de Investigación de Opinión Pública: «A la pregunta general de qué países representan la mayor amenaza para la paz mundial en los próximos años, el 66 % respondieron: «Rusia». Estos son más del doble que en enero de 2021, cuando solo el 32 % dieron esa respuesta».Por cierto, le siguen de cerca China, Corea del Norte, Afganistán e Irán…
La visión de Putin
Putin no ha ocultado su visión de la historia. El filósofo Michel Eltchaninoff destaca que Putin se ve a sí mismo como un «salvador de mitos y religiones cristianas frente a la blasfemia de Occidente». Lo subraya en general su ominosa cercanía a la Iglesia ortodoxa rusa y especialmente la cercanía a su presunto confesor, el metropolitano Tikhon Shevkunov, del monasterio Sretensky. En esto, Heike Schmoll ve un «caldo de cultivo de ideología imperial-religiosa». A esto se suma la concepción de Putin sobre la rusidad, que describió el año pasado en un ensayo sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos y que sustenta su actual revisionismo.
Durante mucho tiempo se ha considerado soberano, aunque no independiente, el exterior cercano de las antiguas repúblicas soviéticas, donde se consideraban naturales los intereses particulares. Viktor Erofeyev identifica un «sentimiento arcaico profundamente arraigado» en Rusia que valora mucho un «culto a la fuerza, la falta de empatía, el conflicto interior, la sospecha, la desconfianza, el cinismo», en contraste con «figuras extrañas» como «inútiles, niños de mamá, portadores de lentes, castos, las llamadas señoritas de Turgenevsch». Todo esto encaja con la representación que Putin hace de sí mismo. Y «Putin es Rusia, Rusia es Putin», como afirma el presidente de la Duma, Wjascheslaw Wolodin. «Por falta de otros recursos —la economía en Rusia decrece desde 2014—, la historia política juega un papel creciente en la legitimación del régimen», concluye Jan C. Behrends, investigador sobre Europa del Este.
Las promesas de protección de Putin
Para la sufrida población de Ucrania debe sonar como una amarga burla ser vista desde la perspectiva rusa como pequeños hermanos cuando, falsificando la historia, se les niega su propia identidad. Ya los referéndums sobre la independencia de Ucrania habían obtenido mayorías en todo el país, incluso en las zonas mayoritariamente de habla rusa y en Crimea. Estos sondeos fueron auténticos, en contraste con las farsas electorales de 2014 en Crimea y actualmente en las llamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk o los territorios ocupados de Zaporizhia y Cherson, que pretenden legitimar la «unificación» o «reunificación» del Imperio ruso, recientemente decididas en acuerdo con la interpretación de Putin.
También los Estados bálticos se encuentran en el doble papel de víctimas del pasado. Tempranamente intentaron abandonar la alianza de la Unión Soviética y se convirtieron en objetivo de intervención armada bajo el mandato de Gorbachov. Es más que comprensible que hayan previsto las cosas con claridad desde el principio y sean hoy quienes más se esfuercen por dejar en claro que el gobernante del Kremlin sólo entiende el lenguaje del poder y que únicamente su membresía en la OTAN los protege. Es admirable el coraje con que lo hacen, desde una posición expuesta y vulnerable, especialmente teniendo en cuenta las minorías rusas que viven allí y que pueden servir de pretexto para una intervención.
La «promesa de protección» de Putin está dirigida a todos los rusos, sin importar dónde vivan, y se percibe con razón como una amenaza en los Estados anfitriones. Por esto hay espacio para la desestabilización en los Estados bálticos, así como en la República de Moldavia con su conflicto congelado de Transnistria; un país al que, como Ucrania, la Unión Europea le ha concedido el estatus de candidato.
Socio junior de China
El hecho de que Estados neutrales de larga data, como Suecia y Finlandia, ahora ingresen a la OTAN y representen una garantía adicional para sus vecinos del norte de Europa es otro resultado fallido de la «visión estratégica de largo plazo» de Putin. Si bien Rusia no está tan aislada fuera del Occidente clásico como se podría suponer, el país depende principalmente de China, su socio y aliado relativamente reciente. China la sostiene a nivel internacional y, al menos parcialmente, sustituye a los clientes tradicionales como mercado de ventas de materias primas rusas. Esto se paga jugando el papel de socio menor, a lo que las élites rusas con experiencia histórica, económica y demográfica difícilmente puedan permanecer indiferentes.
El Lejano Oriente ruso ha sido tradicionalmente un área propensa al conflicto. El predominio económico y demográfico de China en esta zona no puede ser pasado por alto. La opción rechazada de una cooperación con fines de modernización con Occidente, especialmente con Europa, en vez de este abrazo, es un tema de debate. Y el resultado está abierto.
Según Dmitry Medvedev, expresidente ruso y adjunto de Putin en el Consejo de Seguridad Nacional, en su canal de Telegram el 22 de septiembre de 2022, «el establishment occidental y todos los ciudadanos de la OTAN deben entender que Rusia ha elegido su propio camino. No hay vuelta atrás». En este momento, China y Rusia están unidas por su aversión a los Estados Unidos y al modelo occidental de democracia. Ambos son percibidos como una amenaza para el gobierno autoritario. Queda por ver qué tan resistente es esa base. La votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 2 de marzo de 2022 sobre la Resolution Aggression against Ukraine después del ataque de Rusia del 24 de febrero mostró que todavía cuentan de su lado con referentes morales como Bielorrusia, Siria, Eritrea y Corea del Norte.
La propia autopercepción de Rusia plantea otra cuestión: Russki Mir, el ‘mundo ruso’, es invocado de nuevo. Sin embargo, con vistas a la dimensión euroasiática del Estado, esta idea se extiende también a numerosos pueblos, que ni con la mejor voluntad del mundo pueden calificarse de rusos, y hacia regiones donde el dominio ruso se basa en el imperialismo clásico. El hecho de que sean precisamente estos otros pueblos los que están siendo sacrificados en Ucrania para gloria de Rusia, y estén pagando un precio particularmente alto en sangre, es un componente particularmente evidente. ¿En qué consiste la oferta de Putin para ellos?
Los Estados de Asia Central que solían pertenecer a la Unión Soviética también se sienten visiblemente incómodos. Dice mucho el hecho de que a sus ciudadanos, especialmente en Uzbekistán, se les prohíba luchar en el ejército ruso bajo amenaza de castigo. Al mismo tiempo, Rusia tiene una fuerte presencia militar, mientras que China hace mucho tiempo la ha superado económicamente. Las intervenciones de coaliciones lideradas por Rusia en conflictos internos, más recientemente en Kazajistán, son ejemplos de esto. Según Vladimir Ryzhkov, «Rusia se está convirtiendo cada vez más en el vigilante sin sueldo de la empresa de Asia Central donde China gana dinero» También interviene allí donde la Unión Soviética sentó las bases de los conflictos actuales.
Temor por el apetito de poder del Kremlin
Después de la retirada de Occidente de Afganistán, especialmente la de los Estados Unidos, el vacío resultante ahora ofrece espacio para Rusia y China. También Irán y Turquía están jugando en sus campos de juego históricos; un «regreso al pasado», afirma Peter Frankopan. Al mismo tiempo, ambos países están lidiando una vez más con las amenazas islamistas en sus vecindarios. Los Estados STAN (Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán) temen la sed de poder del Kremlin, que todavía los ve como su esfera de influencia. Cuenta con palancas para subrayar sus intereses y su jurisdicción sobre esta vecindad una y otra vez.
Sin embargo, las transferencias de sus ciudadanos que trabajan en Rusia son la fuente de ingresos más importante para algunos de ellos. Rusia también es de gran importancia como país de destino de su limitada gama de ofertas, un dilema del que se está tratando de escapar mediante una política de equilibrio e incorporando con más fuerza a los europeos. Algunos liderazgos estatales —los hombres fuertes continúan dominando Asia Central— surgieron de la antigua nomenklatura de la URSS, pero pudieron al menos apostar a su propia afiliación étnico-nacional en los Estados posteriores. Thomas Kunze describe cambios en este sentido: «Mientras tanto, ha crecido una generación que ya no se define a sí misma a través del pasado soviético»
El papel del etnocionalismo
El componente etnonacionalista del liderazgo —y esto limita la expectativa de que la Rusia actual pueda dividirse aún más— solo afecta a zonas periféricas de Siberia y al caso especial del Cáucaso Norte con Chechenia a la cabeza. Allí ya existe una amplia autonomía y el presidente Putin está vinculado a su gobernador regional, Ramzan Kadyrov, de muchas maneras. Este tiene las manos libres a nivel local, y algunos incluso hablan del temor del Kremlin por su brutalidad. Al mismo tiempo, sus secuaces llaman la atención por los asesinatos en Europa y por su participación en los combates en Ucrania.
La Segunda Guerra de Chechenia, al comienzo de la presidencia de Putin, con flagrantes violaciones de los derechos humanos, ya mostró para algunos toda la brutalidad de la que es capaz el entonces nuevo hombre en la cima de Rusia. Una mirada sobre la Grozny destruida de ese momento hace que algunos ataques en Ucrania parezcan un déjà vu.
Conflictos sobre hielo
Al sur de allí, la Georgia posindependentista ha tenido sus propias experiencias violentas con Rusia. Ocurrió después de que su presidente Mijeíl Saakashvili le diera a Putin la bienvenida excusa para una intervención sin límites en 2008, presumiblemente a partir de un juicio completamente erróneo sobre el nivel de apoyo occidental. Los conflictos enquistados en Abjasia y Osetia del Sur pueden servir de palanca para presionar a la Georgia occidental. El intento georgiano de protegerse de esto a través de la adhesión a la OTAN y a la UE hasta ahora no se ha visto coronado por el éxito, ciertamente un éxito indirecto de la vieja narrativa de Putin de que tal desprecio por su esfera de influencia podría tensar las relaciones con Occidente.
En Armenia y Azerbaiyán, Rusia ha intentado asegurar su influencia de una forma más inteligente, con una política de vaivén y demostrando que es indispensable, jugando cierto papel mediador tras la última guerra de Nagorno-Karabaj. Al mismo tiempo, sin embargo, otra potencia regional, Turquía, ha dejado una clara «marca de olor» que muestra los límites del poder de Moscú. Fueron principalmente los drones turcos los que decidieron la guerra a favor de Bakú; un hecho que ciertamente no se olvidará allí, especialmente, porque siempre se supuso que Rusia estaba más bien del lado de Armenia. Azerbaiyán subrayó esto sobre todo con acciones bélicas, cuando se vio que Rusia estaba lo suficientemente preocupada con Ucrania. Las declaraciones de Azerbaiyán tampoco respaldan exactamente la opinión rusa.
Oportunidad desaprovechada
Turquía está haciendo esfuerzos considerables no solo para desempeñar un papel más activo en esta región, sino también para frustrar las pretensiones rusas en Libia y África. Los antiguos grandes imperios —aquí los rusos, los otomanos y los persas se parecen bastante— tienen persistentes recuerdos de la expansión de sus imperios anteriores y actúan en consecuencia. Es una forma de pensar a la que es difícil acceder en una Alemania geopolíticamente poco expuesta.
En cualquier caso, es evidente que Occidente no ha aprovechado de su mesura respecto a Rusia: apostó a la cooperación durante demasiado tiempo. El Acta Fundacional OTAN-Rusia y la Carta de París constituyen una fuerte evidencia de esto. «Para nosotros esto siempre fue claro, Putin es agresivo. El 24 de febrero pateó el tablero», dice Rüdiger von Fritsch, exembajador de Alemania en Moscú, al inicio de la invasión rusa de Ucrania, y lo deja claro: a veces se tarda mucho en comprender realmente las consecuencias de algo y en sacar las conclusiones correctas. «Occidente —coincide con la analista de Putin Catherine Belton— hizo la vista gorda voluntariamente. Era una mezcla de ingenuidad, complacencia y quizás arrogancia. Al mismo tiempo —matiza—, nadie podía esperar que Putin llegara tan lejos porque […] parece suicida».
En cualquier caso, «no todos se equivocaron», como ahora se dice para disculparse. En cambio, hubo señales claras, que los observadores sabios y los verdaderos expertos estuvieron señalando durante mucho tiempo. Pero no eran tiempos en los que la gente tomara esas advertencias en serio. Esto no debería suceder así una y otra vez. O, parafraseando a Timofey Neshitov: «En mi opinión, una alerta temprana es al menos tan importante, si no más, que el coraje posterior».
Original de Dialogo Politico.
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