Por: Juan Milanese y Vladimir Rounviski
Los enviados de Rusia en América Latina tienen como objetivo contaminar la integridad que hace a las elecciones libres, justas, competitivas y transparentes de los sistemas políticos liberales.
Durante las últimas décadas, el monitoreo electoral se ha propagado prácticamente en todo el mundo. Se asume que los observadores electorales contribuyen no solo al fortalecimiento sino también al mantenimiento de la calidad de la democracia, como consecuencia de la mayor confianza que, a través de ella, se deposita en los procesos electorales. Esto se debe, fundamentalmente, a que puede disuadir de la realización de fraudes, intimidación de los electores y el ejercicio de violencia asociada a este tipo de comicios.
En este contexto, es interesante destacar que, en paralelo con la expansión global del autoritarismo, regímenes no democráticos han aprendido a utilizar este tipo de misiones tanto para respaldar la legitimidad de otros afines a ellos como para fortalecer la propia. Esta tendencia es particularmente preocupante en América Latina y el Caribe. Es justamente en esta región donde uno de los regímenes autoritarios más importantes en cuanto a su apuesta de transformar el orden internacional liberal, la Rusia de Vladimir Putin, se destaca por la participación de sus misiones electorales. Especialmente en las elecciones más intensamente cuestionadas e impugnadas en los últimos años en la región, entre las que pueden destacarse las de Venezuela de 2018 y 2020 y las de Nicaragua en 2016 y 2021.
Una práctica común
«El monitoreo electoral se ha propagado prácticamente en todo el mundo. Se asume que la observación electoral contribuye no solo al fortalecimiento sino también al mantenimiento de la calidad de la democracia, como consecuencia de la mayor confianza que, a través de ella, se deposita en los procesos electorales»
Son varias razones por las que los regímenes autoritarios están interesados en enviar misiones observadoras al exterior. La primera tiene que ver con el hecho de que la observación de elecciones se convirtió en una práctica común de los Estados soberanos. Hoy en día, se reconoce ampliamente como fundamental para la tarea de celebrar elecciones genuinas.
En este contexto, la presencia de los observadores electorales durante la celebración de los comicios constituye una parte de la normalidad democrática contemporánea. De hecho, se ha cruzado un umbral desde el punto de vista de su institucionalización, dándosela por sentada en este tipo de procesos. Así, la presencia de los observadores extranjeros durante la celebración de elecciones no se cuestiona. Incluso se la percibe como una condición necesaria para adquirir legitimidad frente a la comunidad internacional.
No debe sorprender, entonces, que desde inicios de la década de los noventa Rusia buscara ampliar tanto la presencia de misiones electorales en los comicios celebrados en su propio territorio como enviar misiones observadoras a otros países. Simultáneamente —y a diferencia de casos como Estados Unidos y la Unión Europea, donde una buena parte de los observadores no son vinculados a unas estructuras oficiales de sus Estados sino que forman misiones independientes—, los observadores en las elecciones en el exterior son casi exclusivamente enviados bajo auspicios de la Comisión Electoral Central (CEC) de la Federación de Rusia, la autoridad electoral de este país.
Si bien esta es, formalmente, una autoridad independiente, varias investigaciones han demostrado que la CEC trabaja en una estrecha sintonía con otras autoridades del Estado ruso, especialmente con la Administración del presidente, y, en el caso de sus misiones de observadores en el exterior, con el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Utilización política de las misiones
«Con la expansión global del autoritarismo, regímenes no democráticos han aprendido a utilizar este tipo de misiones tanto para respaldar la legitimidad de otros afines a ellos como para fortalecer la propia. Esta tendencia es particularmente preocupante en América Latina y el Caribe. Es justamente en esta región donde uno de los regímenes autoritarios más importantes en cuanto a su apuesta de transformar el orden internacional liberal, la Rusia de Vladimir Putin, se destaca por la participación de sus misiones electorales»
La existencia de los vínculos entre la CEC y otras ramas de poder es indiscutiblemente relevante, debido a que permite rastrear la correlación entre el mandato que tiene una misión de observadores electorales y las metas de la política exterior rusa. En el caso de América Latina y el Caribe, se las diseña partiendo de la idea de reciprocidad simbólica. Esta ha sido una constante del establecimiento de la estrategia del Kremlin hacia la región desde comienzos de la década de 2000.
Este tipo de reciprocidad puede ser entendida como acciones recíprocas, sobre todo de carácter simbólico, en respuesta a lo que las autoridades rusas consideran como incidencia de los países occidentales en los territorios de la antigua URSS. A través de esta última se busca, según la visión del gobierno de Putin, disminuir la influencia rusa en esta zona geográfica. Cabe aclarar que las élites gobernantes de la Rusia contemporánea consideran el territorio de la antigua Unión Soviética un extranjero cercano, es decir, el área geográfica más importante para Moscú por fuera de las fronteras rusas. De hecho, estas están convencidas de que Moscú tiene derecho a resguardar sus intereses especiales en esta área debido a las consideraciones geoestratégicas y la continuidad de los lazos históricos, culturales y económicos.
Intereses del Kremlin
Por lo tanto, los líderes rusos postsoviéticos insisten en que todos los gobiernos vecinos deben considerar los intereses especiales de Rusia antes de decidir avanzar en sus relaciones con los países de la antigua URSS. Así, la mayoría de estas élites están convencidas de que Estados Unidos y sus aliados occidentales ignoran sistemáticamente los intereses del Kremlin en los territorios de la antigua URSS y, como consecuencia de ello, deben mantener su presencia en América Latina, entendida como el extranjero cercano estadounidense, como muestra de reciprocidad.
Desde esta perspectiva, la presencia de misiones observadoras en el hemisferio occidental puede ser considerada una respuesta a la presencia de los observadores occidentales y la aprobación o rechazo por parte de Washington de los resultados electorales en países como Ucrania o Bielorrusia.
La segunda motivación detrás de este interés ruso es el uso de las misiones observadoras como una herramienta de poder agudo (sharp power) entendida como esfuerzos de influencia autoritarios para penetrar y perforar los entornos políticos y de información de los países objetivo. Desde esta perspectiva analítica, la noción de poder agudo permite evaluar más precisamente el impacto de las misiones rusas sobre los procesos electorales en los países aliados de Rusia en la región. Estas sirven como un vehículo de poder agudo de Moscú que permite al gobierno de Vladimir Putin legitimar las actuaciones de los gobiernos autoritarios en el contexto de las elecciones cuestionadas y, de esta manera, «cortar el tejido de una sociedad, avivando y amplificando las divisiones existentes».
Cobertura medial de aliados
Por último, pero no menos importante, la presencia de los observadores electorales rusos en las elecciones latinoamericanas ofrece oportunidades para la cobertura mediática que favorece a los intereses de Moscú y sus aliados regionales. Tanto desde los medios controlados por el gobierno ruso (RT Actualidad y Sputnik Mundo) como desde aquellos locales que usan los informes de los observadores rusos para apoyar a las autoridades locales, sobre todo, en los escenarios en los que los resultados son puestos en tela de juicio por oposición, Estados Unidos, Unión Europea, la Organización de los Estados Americanos y observadores independientes provenientes de otros países occidentales.
Nuestro análisis del impacto que tienen misiones observadoras electorales de Rusia en América Latina parte del supuesto de que la celebración de elecciones ha adquirido una notable relevancia desde el punto de vista global. En este sentido, aun en casos singularizados por la existencia de regímenes no democráticos, parece ser una exigencia a la que debe enfrentarse todo sistema político.
Dentro de este marco, así como la ritualización de jornadas electorales parece ser un requerimiento indispensable, comienza a apreciarse también un aumento y diversificación de la oferta de observación electoral propuesta también por Estados con gobiernos autoritarios. La presencia de observadores electorales rusos en América Latina pone de manifiesto la existencia de nuevas dinámicas en las relaciones entre Rusia y sus aliados en la región. El envío de estas misiones busca aprovechar una herramienta productora de legitimidad, pues el guiño de observadores extranjeros (que confirman el cumplimiento del proceso electoral con los estándares de transparencia e imparcialidad) contribuye a la aceptación de los resultados.
Erosión de la norma democrática
«Debido a que Rusia cuenta con acuerdos de observación electoral no solo con los países autoritarios, sino también con los países donde los procesos electorales cumplen, en una buena parte, con los estándares de transparencia e imparcialidad, la participación rusa en las elecciones en América Latina en calidad de observadores contribuye a la erosión de la norma democrática y trae el riesgo de devaluar el trabajo de las misiones observadoras de otros países»
Dentro de este marco, y a pesar de que muchas de las elecciones que los observadores rusos evalúan como impecables no son ni siquiera libres y competitivas, su presencia permite a gobiernos autoritarios ofrecer una narrativa alternativa a las que plantean otras misiones impulsadas por organizaciones constituidas por Estados efectivamente democráticos.
A esto se suma la penetración en espacios informativos latinoamericanos con el uso de los medios estatales en español controlados por el gobierno ruso, adicionalmente a otras fuentes de información de la opinión pública. Debido a que Rusia cuenta con acuerdos de observación electoral no solo con los países autoritarios, sino también con los países donde los procesos electorales cumplen, en una buena parte, con los estándares de transparencia e imparcialidad. La participación rusa en las elecciones en América Latina en calidad de observadores contribuye a la erosión de la norma democrática y trae el riesgo de devaluar el trabajo de las misiones observadoras de otros países.
Fuente: Dialogo Politico