Por: Cristina Eguizábal Mendoza
Al examinar el panorama político latinoamericano, no deja de sorprender el importante número de gobernantes de izquierda que han llegado al poder producto de elecciones libres. Después del 1 de enero de 2023, serán seis los mandatarios de izquierda democráticamente electos. Ahora bien, este aparente auge del progresismo no debería oscurecer el hecho de que, internacionalmente, la tendencia prevaleciente, y muy preocupante, es más bien el auge del autoritarismo y de la ideología de extrema derecha. Pese a las apariencias, es una tendencia a la que no escapa Latinoamérica.
Durante la segunda posguerra, la ideología de extrema derecha estaba en decadencia. La derrota de la Alemania en la Segunda Guerra Mundial la había desprestigiado de manera contundente en todo el mundo. Posiblemente solo en las dictaduras franquista y salazarista, las tendencias fascistoides se mantuvieron vigentes hasta finales de la década de 1970.
Eso empezó a cambiar en la década de1980. Las políticas neoliberales promocionadas por el llamado Consenso de Washington y la globalización del capitalismo financiero aumentaron drásticamente el sentimiento de desigualdad, y la deslocalización de la industria manufacturera aceleró el desempleo masculino. Para finales de siglo XX, la percepción de empobrecimiento por parte de amplios estratos de las sociedades industrializadas y el empobrecimiento real en determinadas regiones han producido desesperanza y se han convertido en caldo de cultivo para el resurgimiento de los partidos de extrema derecha.
Esta “nueva derecha” que llaman algunos se caracteriza por varios rasgos que comparten todos los partidos políticos que la componen. Son populistas y antielitistas, grandes defensores de la ley y el orden, xenófobos y antiinmigrantes. Todos añoran un pasado mítico, occidental y cristiano en el que reinaban los valores patriarcales, la paz y el orden; la población blanca se comportaba “como se debe” y la de color se mantenía en “su lugar”; no había ni gais ni lesbianas y, por supuesto, no había transexuales.
Aunque la mayoría de estos partidos datan de finales del siglo XX, hacen irrupción en los escenarios políticos en la década de 2010. Muchos de ellos tienen su origen en grupúsculos neonazis o neofascistas. En un segundo momento, se consolidan como partidos y logran enviar diputados al parlamento. Poco a poco va aumentando su atractivo electoral, al tiempo que van abandonando sus posiciones más radicales, moderando sus propuestas y suavizando su discurso.
En los países del llamado Grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa), la extrema derecha ha logrado el control del ejecutivo desde donde implementa su proyecto político “iliberal”. Tres ideas clave lo caracterizan: rechazo al carácter supranacional de la Unión Europea; rechazo a la inmigración no europea, y rechazo a la plena vigencia del Estado de derecho y las libertades individuales, empezando por la independencia del poder judicial, la libertad de expresión, la existencia misma de la sociedad civil, organizada, y los derechos de la comunidad LGBTIQ+.
Con excepción de los casos de Estonia, Irlanda y Luxemburgo, los partidos de extrema derecha han logrado estar representados en los parlamentos nacionales de todos los países de la Unión Europea. En Austria, Francia y Suecia son opositores fuertes con capacidad de veto. En Austria controlaron brevemente el ejecutivo, pero debieron renunciar a él por probadas acusaciones de corrupción. En Italia, gobiernan en coalición con partidos otrora regionalistas, la Liga (antigua Liga Norte), o tradicionalmente considerados de centro derecha como Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi. En Israel, Benjamin Netanyahu ha conseguido recientemente la mayoría en el parlamento gracias a su alianza con partidos de la extrema derecha israelí.
En el caso de Estados Unidos, la extrema derecha se ha convertido en la ideología dominante de un poderoso sector del Partido Republicano. Ha logrado posicionarse como fuerza preponderante en el partido; sin embargo, los resultados modestos de los candidatos republicanos y la derrota de los más radicales en las recientes elecciones intermedias, muestran claramente que el extremismo de derecha está lejos de tener aceptación mayoritaria en el electorado.
Para terminar, mencionemos a la Rusia de Vladimir Putin, ya que se ha convertido en una especie de modelo político ideal admirado por gran parte de la extrema derecha del mundo actual, pese a haber perdido cierto lustre a raíz de los reveses militares en Ucrania.
Ustedes se preguntarán cómo eso nos impacta en Latinoamérica. En Brasil, esta nueva derecha populista fue derrotada electoralmente por un estrecho margen por la izquierda; en Chile y en Colombia, dos candidatos de derecha populista, José Antonio Kast y Rodolfo Hernández fueron también derrotados, ambos en una segunda vuelta electoral. En los tres países, los resultados muestran que el mensaje de estos grupos es bien recibido por amplios sectores de la población.
En Centroamérica, nuestros dictadorzuelos, Daniel Ortega y Nayib Bukele, no enarbolan una ideología propiamente de derecha, pero sí implementan el modus operandi desarrollado por los dirigentes autoritarios europeos: ataques a la libertad de prensa, a las organizaciones de la sociedad civil, xenofobia y exaltación del nacionalismo. Eso en el plano interno, pero en el plano internacional denuncian el “imperialismo occidental”, ya sea en la figura de Estados Unidos o de la Unión Europea. Además, denuncian las iniciativas internacionales de apoyo a la democracia y al respeto a los derechos humanos como injerencia extranjera inaceptable.
Fuente: Revistafal