Por: Isedre Ambros
China y Japón conmemoran en silencio y prácticamente por separado los 50 años del restablecimiento de relaciones diplomáticas. Un diálogo dominado por la tensión y el recelo, con las reivindicaciones territoriales de Pekín sobre Taiwán y las islas Diaoyu/Senkaku como pilar de discordia.
El 29 de septiembre es una fecha especial en las agendas de Pekín y Tokio. Ese día marca el aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre China y Japón, que firmaron el primer ministro chino Zhou Enlai y su homólogo japonés Kakuei Tanaka en Pekín en 1972. Cincuenta años después, la tensión y los recelos mutuos siguen presidiendo ese diálogo. Las diferencias sobre Taiwán, las atrocidades cometidas por las tropas imperiales japonesas durante la Segunda Guerra Mundial y las reivindicaciones territoriales chinas sobre las islas Diaoyu, denominadas Senkaku por los japoneses, son tan profundas que los dos gobiernos han optado por archivar los planes de celebración del aniversario. Una situación que revela la tensión que existe entre ambos países.
En el aplazamiento también ha influido la visita que la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, realizó a Taiwan en agosto pasado. Un viaje fugaz al que Pekín respondió con unas maniobras con fuego real sin precedentes alrededor de Taiwán, que demostraron que puede imponer un bloqueo de la isla. Además, cinco de sus misiles cayeron en aguas de la zona económica exclusiva de Japón, que China no reconoce. Esto provocó las quejas de Tokio y contribuyó a romper unos puentes de diálogo entre ambos países que ya apenas se sostenían.
No obstante, la realidad es que la relación entre China y Japón ha cambiado a lo largo de este último medio siglo. Cuando Zhou y Tanaka se reunieron en Pekín, ambos países estaban interesados en normalizar sus relaciones tras 23 años de aislamiento mutuo para contrarrestar la amenaza de la vecina Unión Soviética. El poderío de Moscú intimidaba a una China sumida en el caos de la Revolución Cultural, con una economía bajo mínimos y hambrunas en algunas zonas del país, e inquietaba a un Japón en plena explosión económica.
Ahora, ambos países mantienen unos profundos lazos comerciales y culturales, pero la desconfianza sigue reinando entre sus dirigentes. En este tiempo, Tokio ha dado a Pekín más de 25.000 millones de dólares en ayudas al desarrollo y China se ha convertido en el mayor socio comercial de Japón. Pero la tensión que marcó el encuentro entre Zhou y Tanaka permanece. En 1972, los principales puntos conflictivos eran la disculpa de Japón por la agresión en la contienda bélica mundial y las diferencias sobre Taiwán. En cambio, el contencioso sobre las islas Diaoyu/Senkaku, que administra Tokio y Pekín reclama como parte de Taiwán, no se abordó a petición de Zhou, según el ministerio de Exteriores japonés.
En pleno siglo XXI, los puntos de fricción son los mismos que entonces, pero la situación se ha agravado debido a la evolución del gigante asiático y a su intransigencia negociadora. China ya no es aquel país subdesarrollado y cerrado al mundo. Se ha convertido en la segunda economía del planeta y su creciente potencial militar inquieta a sus vecinos y preocupa a EEUU y a la OTAN. Este desarrollo, unido a una asertiva política exterior (sobre todo respecto a Taiwán y a sus reivindicaciones en el mar de China Meridional), genera desasosiego en todo el Pacífico.
La demostración de poderío de Pekín ha impulsado a Japón considerar a China una amenaza para su seguridad. Reflexión reforzada por los misiles que cayeron en sus aguas durante las maniobras de intimidación a Taiwán y por la creciente actividad naval china alrededor del archipiélago Senkaku/Diaoyu. Unas islas que EEUU cedió a Japón para que las administrase en 1972 y que estuvieron a punto de provocar un enfrentamiento entre los dos países en 2012, cuando Tokio las nacionalizó, con el consiguiente enojo de Pekín.
El pulso por las Senkaku/Diaoyu tiene un enorme trasfondo geoestratégico y se ha convertido el principal obstáculo en el diálogo entre los dos países. Para Pekín, recuperar Taiwán y este archipiélago supone tener la llave de acceso del mar de la China Oriental al de la China Meridional y, en definitiva, tener bajo control la salida al Pacífico. Un horizonte que para Japón supondría una amenaza para sus flujos comerciales, lo que explica la creciente inquietud e intransigencia de Tokio ante las propuestas de Pekín.
Japón, por su parte, tampoco ha permanecido estático ante la modernización de las fuerzas armadas chinas. También ha apostado por incrementar su presupuesto de defensa y su primer ministro, Fumio Kishida, se ha comprometido a duplicar el gasto militar en los próximos cinco años y ha reforzar sus lazos con EEUU en materia de seguridad. Estas iniciativas han soliviantado a Pekín y han enfriado aún más las relaciones entre las dos potencias asiáticas.
Un distanciamiento que se ha agravado no solo por el estancamiento de las visitas de alto nivel en los últimos años, sino también por las acusaciones chinas a Tokio de pretender aislar al gigante asiático a través de su alianza con Washington. Recriminación que el gobierno japonés rechaza, a la vez que recuerda que comparte con EEUU los mismos intereses estratégicos, además de los valores de libertad y democracia.
Y es que Japón forma parte, junto a EEUU, de varias alianzas estratégicas del Pacífico que se han desarrollado en paralelo a la rápida transformación de China. Una cooperación que se plasma a través del QUAD, una alianza en materia de seguridad integrada por Japón, EEUU, India y Australia, así como de Five Eyes + 3, un sistema de cooperación de los servicios de inteligencia de EEUU, Australia, Canadá, Reino Unido, Nueva Zelanda, Francia, Japón y Corea del Sur. Alianzas que disgustan a China, que las acusa de conspirar para frenar su expansión.
En resumen, unas relaciones tensas y recelosas que revelan que medio siglo no ha sido suficiente para que China y Japón construyan una cooperación sólida basada en el diálogo y la confianza mutuas. De la voluntad de sus líderes por reconducir esta situación depende el futuro del Pacífico y, quizás, del mundo entero.
Isidre Ambrós es periodista. Fue corresponsal en Asia-Pacífico para La Vanguardia entre 2008 y 2018.
Extraido de politica exterior.