Por: Roberto Mansilla
Dos miembros de la OTAN que sacuden el contexto geopolítico desde Ucrania hasta los Balcanes.
Turquía y Grecia, dos miembros clave de la OTAN desde su admisión en la Alianza Atlántica en 1952, están viviendo en la actualidad una crisis bilateral con tensiones militares en torno a la reclamación de soberanía en islas del Mar Egeo. Observado desde el punto de vista geopolítico, esta crisis implicaría consecuencias de importante calado para la seguridad europea dentro del estratégico enclave de su flanco sudoriental en torno al Mar Mediterráneo.
Los desencuentros entre Ankara y Atenas
El pasado 3 de septiembre, durante una gira en el Mar Caspio, escenario donde Turquía maneja importantes intereses geopolíticos ahora redimensionados pora guerra en Ucrania, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, advirtió a Grecia de «pagar un alto precio» si los aviones griegos continuaban «acosando a Turquía» con constantes sobrevuelos en el espacio aéreo turco en torno al Mar Egeo, donde Ankara y Atenas sostienen diferendos de soberanía en diversas islas. Una retórica, la de Erdogan, de elevado tono disuasivo y amenazante que, de algún modo, recuerda a la utilizada por uno de sus aliados, el presidente ruso Vladímir Putin, previo a la invasión militar a Ucrania.
En julio pasado, Grecia también había acusado a Turquía de violar su espacio aéreo en el Mar Egeo, lo cual denota la tensión diplomática y militar in crescendo. No obstante, y si bien el conflicto tiene raíces históricas, resulta llamativo que se renueve ahora en un contexto de seguridad determinado por las consecuencias geopolíticas de la guerra en Ucrania y, particularmente, tras la estratégica Cumbre de la OTAN en Madrid.
Una clave que podría ayudar a descifrar este contexto tiene que ver con la sintonía de intereses (aunque tampoco exento de roces) que en los últimos años han manifestado Rusia y Turquía y cómo se deben interpretar estos acercamientos geopolíticos al calor de la actual tensión turco-griega en el Mar Egeo. En este sentido, un eje turco-ruso planeando desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo supone un desafío de seguridad estratégico para la OTAN y sus aliados.
A ello debe sumarse el siempre delicado contexto balcánico. En medio de la crisis con Grecia, Erdogan inició este 6 de septiembre una gira por Bosnia Herzegovina, Serbia y Croacia con el foco en el comercio y la estabilidad regional. No obstante, esta gira también podría interpretarse como una toma de contacto turco con estos países a la hora de pulsar sus reacciones ante la posibilidad de una escalada militar en la actual crisis turco-griega.
Tampoco debemos olvidar la reciente renovación de tensiones étnicas en Kosovo, un Estado de facto cuya soberanía es reclamada por Serbia pero que oficialmente no es reconocido ni por la ONU ni tampoco por cinco de los 27 países miembros de la Unión Europea.
Turquía fue uno de los primeros en reconocer la independencia de Kosovo proclamada en 2008. Grecia, por su parte, no reconoce la soberanía kosovar al igual que España, Rumanía, Chipre y Eslovaquia. No obstante, la OTAN tiene efectivos militares estacionados en Kosovo desde la guerra de 1999. Este contexto gravita igualmente ante las fricciones que han vivido recientemente la UE y Serbia tanto por el estatus de Kosovo como por las negociaciones de admisión de Belgrado en la Unión. En este sentido, Serbia históricamente ha mantenido una alianza estrecha con Rusia, a lo que debe sumarse que Belgrado ha manifestado cierta ambigüedad en su posición oficial ante la invasión militar rusa a Ucrania, condenando la misma pero negándose a secundar las sanciones occidentales contra Moscú. Toda vez, la población serbia salía a las calles a expresar su apoyo a Rusia.
Por otro lado, y siempre observando el contexto geopolítico balcánico, España entra también en esta ecuación tras la reciente gira que realizó a finales de julio pasado el presidente de gobierno, Pedro Sánchez, por Serbia, Macedonia del Norte, Albania, Bosnia Herzegovina y Montenegro, con claro interés en propiciar el acercamiento de esos países a la órbita de influencia de la OTAN y de la UE y, al mismo tiempo, con la finalidad de alejarlos de la posible influencia rusa, especialmente en el ya mencionado caso serbio.
El Egeo, mar de la discordia turco-griego
Turquía y Grecia vienen disputando sus esferas de influencia dentro del Mar Egeo particularmente tras la invasión militar turca del Norte de Chipre, que llevó a la partición de facto de la isla mediterránea entre la República de Chipre, oficialmente reconocida por la ONU y miembro de la UE desde 2004, y la República Turca del Norte de Chipre, otro Estado de facto sólo reconocido oficialmente por la República de Turquía.
Esta nueva geopolítica en el Mediterráneo Oriental traducida tras la invasión militar turca del Norte de Chipre en 1974 llevó a intensificar la disputa turco-griega en torno a una serie de reclamaciones soberanas insulares en el Mar Egeo, sin expectativas de resolverse a corto y mediano plazo.
Estas controversias se enfocan principalmente en torno a la delimitación de las aguas territoriales y del espacio aéreo turco-griego, particularmente de las regiones de información de vuelo y su importancia para el control de las actividades militares; la delimitación marítima de las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) y el uso de la plataforma continental, un tema estratégico de gran calado geoeconómico a tenor de la existencia de reservas de gas natural en la zona, un tema que cobraría importancia ante las actuales tensiones energéticas ruso-occidentales; el estatus desmilitarizado de algunas islas griegas, que ha causado malestar en Ankara por la militarización de las mismas, acusando a Atenas de violación de los tratados internacionales; y los reclamos turcos de zonas grises de soberanía indeterminada sobre una serie de pequeños islotes, especialmente los islotes de Imia/Kardak.
En 1987 y 1996, Turquía y Grecia rozaron el enfrentamiento militar en el Mar Egeo. Superada parcialmente la tensión militar se abrió un período de cierto acercamiento diplomático igualmente condicionado por las negociaciones turcas de admisión en la Unión Europea. No obstante, el alejamiento turco de la UE, particularmente visible a partir de 2018 por parte del gobierno de Erdogan, redobló las controversias entre Ankara y Atenas sobre las vías diplomáticas para la resolución del conflicto.
Erdogan y el «Mavi Vatan» como ‘hinterland’ turco
En el Mar Egeo, Turquía posee un litoral de 8.000 kilómetros de valor sumamente estratégico para su seguridad, razón por la que Ankara no ha dudado en ejercer su influencia militar a través de la doctrina de «Mavi Vatan» («Patria Azul»).
El impulsor de esta estrategia es el almirante Cem Gurdeniz, así presentada en 2006, estableciendo como pilar básico la concepción de «las zonas de jurisdicción marítima» que son vitales para el desarrollo turco. Estas zonas abarcan el Mar Negro, el Mar Egeo y el Mar Mediterráneo, definiendo así la delimitación de las aguas territoriales, la plataforma continental y la zona económica exclusiva (ZEE)
Toda vez la doctrina del «Mavi Vatan» presupone un notable peso del estamento naval y militar a la hora de calibrar las concepciones geopolíticas y de política exterior turcas, esta iniciativa le ha permitido a Ankara establecer una especie de corredor estratégico de control marítimo en torno al Mediterráneo y el Mar Egeo con vistas a potenciar su desarrollo económico y un notable nivel de autonomía energética, especialmente ante los recientes descubrimientos turcos de gas natural en el Mar Negro y Mediterráneo y su decisión de explotarlos a partir de 2023. El «Mavi Vatan» también le ha permitido a Ankara compatibilizar sus recientes intervenciones regionales (ofensiva contra los kurdos en Siria; intereses geopolíticos en el Magreb, Mar Rojo y Cuerno de África) y alianzas a nivel regional (especialmente con Rusia) con énfasis en asegurar su soberanía marítima y capacidad de crecimiento económico y energético.
En este sentido, la sintonía de intereses geopolíticos, militares y económicos con Rusia ha sido un factor estratégico para Turquía a la hora de establecer un equilibrio no solo regional sino también de carácter disuasivo ante los recientes roces de Ankara con Occidente, en particular tras el progresivo enfriamiento de las relaciones de Ankara y Bruselas en torno a las negociaciones de admisión turca a la UE (principalmente desde 2007) y las frecuentes tensiones de Ankara con dos de sus miembros (Grecia y Chipre).
Un caso particular ha sido el reciente papel mediador turco en la guerra en Ucrania y la capacidad diplomática de Erdogan para alcanzar un acuerdo entre Kiev y Moscú a la hora de desbloquear los puertos del Mar Negro para la exportación de granos y otros rubros alimenticios, tal y como se vio en julio pasado.
Con ello, Turquía logró confeccionar un corredor de suministro en el mar Negro bajo auspicio de la ONU, aliviando parcialmente la crisis alimentaria mundial desencadenada por la guerra. Esta elasticidad turca como mediador equidistante entre Ucrania y Rusia define también su capacidad de equilibrio dentro del conflicto ucraniano (Ankara le vende drones a Kiev toda vez ha evitado secundar las sanciones occidentales a Rusia)
Ankara observa que tiene capacidad de mediación e influencia diplomática para la resolución de conflictos al tiempo que establece al Mar Negro como una especie de Mare Nostrum que le permita mantener un equilibrio con los intereses rusos establecidos en torno a la invasión militar a Ucrania (control de los puertos de Mariúpol y Odessa) pero, al mismo tiempo, erigirse como un interlocutor válido de mediación ante Kiev.
Por otro lado, Erdogan también juega sus cartas en clave de política interna en torno a la actual crisis con Grecia en el Mar Egeo. Un factor clave para el presidente turco es garantizar el apoyo a su partido islamista AKP por parte de sectores ultranacionalistas como el Partido de Acción Nacionalista (MHP), así como del poderoso estamento militar turco.
Este aspecto resulta imprescindible para Erdogan a la hora de garantizar la gobernabilidad en el país euroasiático, tomando en cuenta que desde su llegada al poder en 2002, el AKP de Erdogan ha vivido episodios de tensión e incluso tentativas golpistas (en 2007 y 2016) por parte de estos sectores ultranacionalistas y sus conexiones militares, que forman parte de lo que en Turquía se denomina como Derin Devlet o «Estado profundo».
Un dato significativo en este sentido se vivió el pasado 10 de julio, cuando Devlet Bahceli, líder del MHP, fue fotografiado recibiendo un mapa enmarcado del Egeo que ilustraba como turcas a las islas griegas hasta Creta (a menos de 225 millas de distancia), pintadas con la media luna y la estrella de la bandera turca.
Por tanto, para Erdogan, que en 2023 busca una nueva reelección presidencial coincidiendo con el centenario de la proclamación de la República turca, resulta políticamente estratégico mantener esa simbiosis islamista-nacionalista con tintes panturcos y neo-otomanos para definir un nuevo rumbo geopolítico para Turquía dentro de su hinterlandeuroasiático.
Grecia, la OTAN y la UE a la expectativa
Estas iniciativas geopolíticas turcas colocan en situación de tensa expectativa a tres actores: Grecia, la OTAN y la Unión Europea, con especial foco en los roces que Atenas y Ankara están teniendo actualmente en torno al Mar Egeo.
Debe igualmente destacarse en este contexto el alineamiento griego a favor de Ucrania tras la invasión militar rusa, en clara contraposición con la equidistancia turca anteriormente mencionada y la sintonía de Ankara con Moscú. Toda vez, la posición de Atenas en el conflicto ucraniano genera reticencias y cierta polarización dentro de la sociedad griega, tomando en cuenta las existencia de visibles simpatías prorrusas.
Por otro lado, la UE, en boca de Alemania y Francia, ha manifestado su posición más favorable a los intereses griegos en torno al conflicto en el Mar Egeo, todo ello sin dejar de apelar al diálogo turco-griego. Esta posición de Bruselas, tendente a evitar fricciones entre dos países miembros de la OTAN como Turquía y Grecia, obedece al contexto de realineamiento integral de la Alianza Atlántica escenificado en la reciente Cumbre de Madrid en junio pasado, que abrió las puertas de una nueva ampliación (Suecia y Finlandia) así como en la definición de Rusia y China como rivales geopolíticos atlantistas.
Grecia y Turquía estuvieron presentes en la cumbre de la OTAN en Madrid en un contexto previo a las posteriores tensiones en el Mar Egeo. Por tanto, la posibilidad de un enfrentamiento militar turco-griego en el Mar Egeo supondría una ruptura abrupta en el seno de la OTAN de consecuencias impredecibles, particularmente ante las expectativas de concretar consensos y evitar fisuras internas por parte de la Alianza Atlántica tras la cumbre de Madrid y la actual confrontación ruso-occidental. Un aspecto que, visto desde otra perspectiva, eventualmente beneficiaría los intereses rusos a la hora de observar grietas entre los socios de la OTAN, al mismo tiempo que acrecentaría el acercamiento de Ankara a Moscú.
Para la OTAN y la UE están en juego la estabilidad del flanco sudoriental en torno al Mar Mediterráneo, hoy en día cada vez más estratégico ante las fricciones ruso-occidentales, la guerra en Ucrania y el alineamiento ruso-turco. Con todo, está por ver si las tensiones turco-griegas pueden llevar a una escalada militar de esta crisis hasta ahora diplomática, complicando el equilibrio de fuerzas y la estabilidad mediterránea.
Roberto Mansilla es analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales, magister en Ciencia Política y colaborador en think tanks y medios digitales.
Orignal de esglobal