Por: Jose Guedez
Es evidente que Rusia tiene debilidades en el área militar que impiden que gane la guerra convencional que se libra en Ucrania, pero es experta y exitosa en el campo de la guerra no convencional donde se destruye todos los días la cultura occidental y se divide a las sociedades de las democracias liberales con fakes news, posverdad, filtraciones y manipulación.
No es casualidad que Rusia sea una potencia en materia de hackeo y desinformación. Tampoco es casualidad que la mayoría de las recientes crisis políticas en Occidente se deban a una filtración, como los escándalos sobre espionajes con Pegasus de parte de varios gobiernos europeos, o las fiestas de varios mandatarios como los casos de Gran Bretaña y Finlandia. Incluso la polémica mundial sobre el aborto, un tema clásico que divide inevitablemente a Occidente, fue reavivada a partir de la filtración de un proyecto de sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos.
Por su parte, la agenda mediática ayuda con sospechosa eficacia a generar posverdades y a desviar la atención de lo que sucede en Ucrania. Occidente parece estar mucho más preocupada por Trump que es un expresidente de un país democrático, que por Putin que ejerce el poder de forma absoluta y está cometiendo un genocidio en un país europeo. Se miente todos los días diciendo que la Corte Suprema de Estados Unidos derogó la ley del aborto cuando dicha ley nunca ha existido. Lo único que hizo fue aclarar que la potestad para legislar el asunto lo tienen los parlamentos de los estados que conforman la unión, dejando eso en manos de la democracia y la representación popular, lo que por ejemplo no pudiera pasar en Rusia. Esta posverdad llena los noticieros y las tertulias, mientras se omiten sucesos como los asesinatos de Putin a ciudadanos rusos dentro y fuera de su país, simulando suicidios.
En Barcelona, por ejemplo, un empresario ruso apareció muerto junto a su familia que yacía en el piso apuñalada. Hace poco lanzaron a otro oligarca por la ventana de una clínica para sumar ya diez víctimas (sin contar familiares) del sicariato político ruso. ¿Por qué no se cancela a Putin? ¿Por qué nos ofende más una sentencia de un país democrático que el genocidio y los asesinatos en nuestras narices de parte de una tiranía mafiosa que le ha declarado la guerra a Occidente? ¿Por qué se cree que es posible la paz con Rusia mientras se ejerce la intolerancia a niveles casi de guerra civil dentro de las democracias pluralistas? Porque culturalmente el enemigo no es Putin, sino nosotros mismos. Nos hemos convertido en antioccidentales, por eso nos autocancelamos haciéndole el juego al verdadero enemigo, quien no nos cae ni mal.
Por tal motivo no extraña que la opinión pública occidental se haya consternado con la aparición de Zelinski en la revista Vogue, pero no haya dicho nada sobre el video promocional de Rusia donde se alardea del chantaje energético y del carácter confesional del régimen. Tampoco sorprende que haya noticias en España del siguiente tenor: 1) “Las celebridades derrochan el hielo”, 2) “Los márgenes de ganancia de las camisas de los equipos de fútbol élite son muy altos”, 3) “Es inmoral el precio del menú de degustación del restaurante más famoso de Madrid”. Como el enemigo somos nosotros mismos, redescubrimos lo obvio tan solo para culparnos y acomplejarnos de nuestro éxito. Sobre estos temas se debaten horas en todos los medios de masa, y a nadie se oye decir que tanto la liga de fútbol como la alta gastronomía son parte de la marca país de España y genera turismo y riqueza en favor de la población. Por el contrario, prefieren estimular las divisiones internas en base al rancio eje de pobres y ricos. Occidente contra Occidente. Y así nos va.
La democracia ha dejado de importar y poco a poco nos vamos haciendo la idea de una Ucrania ocupada por Rusia y una Taiwán sometida a China. Ni hablar de Afganistán o América Latina donde la retirada de Occidente es palpable. Se trata de la batalla cultural que se da en el terreno de la guerra no convencional que gana Rusia todos los días desde hace décadas. Es la crisis de la democracia liberal como paradigma, que pretende ser sustituida por autoritarismos eficientes y nuevos modelos de pensamientos únicos. Una batalla que ahora se libra también dentro de Estados Unidos y Europa, y que solo se podrá ganar defendiendo sin complejos la libertad y los valores occidentales, así como la universalidad de los derechos humanos. Es impostergable que superemos el debate entre izquierda y derecha, entendiendo que la pluralidad democrática es una virtud, para profundizar en la necesaria polarización entre democracia y tiranía, antes de que sea demasiado tarde.
Original de Politica UCAB