Por: Vicene Torrijos.
Los terribles ataques terroristas de 2001 contra los Estados Unidos y el sistema de valores occidental fueron obra de una organización no estatal llamada Al Qaeda, que fue financiada por una organización gubernamental que entonces controlaba Afganistán. En consecuencia, Washington atacó e invadió Afganistán, eliminó a Osama bin Laden y derrocó a los talibanes. Después de 20 años, la Casa Blanca perdió la paciencia estratégica y la perseverancia y se retiró de Afganistán, devolviendo el poder a los talibanes.
Tal actitud político-militar produjo tres interpretaciones inquietantes entre socios y adversarios. Primero, los aliados no podían creer lo que estaban presenciando: si Washington podía salir de Kabul, bien podría unirse a ellos en cualquier momento. En segundo lugar, China asumió que, si la Casa Blanca dejaba al gobierno afgano a su suerte, nunca acudiría en ayuda de Taipei si Beijing decidiera ocupar Taiwán. Y tercero, Moscú entendió que, si invadía y recuperaba Ucrania de inmediato, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) liderada por Estados Unidos no movería un dedo para defender a Volodymyr Zelensky.
En otras palabras, la descuidada «diplomacia de golpes» nunca ha sido una buena práctica, especialmente cuando se trata de conflictos imperiales. Entre otras cosas, porque en un sistema transnacional, caracterizado por tendencias de seguridad cooperativa (basada en la confianza) y seguridad competitiva (basada en la preponderancia), el tejido estratégico de alianzas es la clave para influir y prevalecer. En otras palabras, si desde el centro imperial se rompen los lazos de reciprocidad positiva entre los aliados, ya sea por aislacionismo, rendición, pereza, lasitud o astenia, cualquiera de los dos imperios, por robusto que sea o haya sido, sucumbirá. Por otro, o los otros que desafían su hegemonía, se encuentren o no cara a cara.
Nos dejaron solos.
Cuando pocas horas antes del asalto a Ucrania, ordenado por Vladimir Putin, el presidente ucraniano exclamaba que su país había quedado solo a merced del imperio ruso, y el secretario de Estado estadounidense predecía (con sorprendente acierto en la cuenta regresiva) que la invasión se realizaria, el sistema internacional percibía tres cosas. Primero, los aliados concluyeron que la administración de Joseph R. Biden estaba teniendo serias dificultades para apoyar a su red de colaboradores y asociados en todo el mundo. En segundo lugar, China consideró que podría entrar en una asociación estratégica «ilimitada» con Rusia para restaurar el orden internacional y pulverizar el dominio occidental. Y Moscú entendió que los lazos transatlánticos no eran suficientes para defender a los socios no pertenecientes a la OTAN (como Ucrania, Finlandia, Georgia o la propia Moldavia); y que, quizás, tampoco lo serían para proteger a los miembros de la Alianza Atlántica que, siendo parte de la vecindad rusa, son, por desgracia, los más vulnerables: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía.
En otras palabras, si los líderes occidentales de hoy, Biden, Kamala Harris, Olaf Scholz, Pedro Sánchez y Boris Johnson (a diferencia de Charles de Gaulle, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy, Ronald Reagan, Helmut Kohl, Winston Churchill o Margaret Thatcher), no lograron contener a Putin en Ucrania, ¿cómo podrían disuadirlo de ocupar los países bálticos mañana, o pasado mañana, por poner solo un ejemplo? En otras palabras, ¿por qué la disuasión basada en sanciones económicas fue percibida por el Kremlin como un farol, de tal manera que llevó a cabo el ataque, y por qué el artículo 5 del tratado fundacional de la OTAN podría correr la misma suerte?
En cualquier caso, volviendo a la tesis central de este texto, basada en la reciprocidad positiva de los países nodos de las redes de la alianza, cabe preguntarse por qué algunos baluartes, como Arabia Saudí, Brasil, India, Israel o Turquía, han sido tan cautos a la hora de estudiar el comportamiento estratégico de Washington y la Unión Europea, dejándose llevar por cierta “diplomacia pendular” oscilante entre Moscú y Washington.
En concreto, el anuncio conjunto del primer ministro israelí, Naftali Bennett, y su ministro de Exteriores, Yair Lapid, promulgado el 18 de marzo de 2022, es un claro ejemplo de lo traumático que sería para Jerusalén⸺ y para el consorcio de seguridad occidental ⸺ que , solo para tener en sus manos el petróleo persa, Biden terminó renegociando apresuradamente el acuerdo nuclear con Teherán y, lo que es aún más desalentador, eliminó al Cuerpo de Guardias de la Revolución Islámica de Irán (IRGC) de su lista de organizaciones terroristas.
En la práctica, Bennett y Lapid no podrían haber sido más instructivos: “Intentar excluir al IRGC de la lista como organización terrorista es un insulto a las víctimas e ignoraría la realidad documentada respaldada por evidencia inequívoca. Creemos que Estados Unidos no abandonará a sus aliados más cercanos a cambio de promesas vacías de los terroristas».
Como se puede apreciar, se trata de una eventualidad que evoca de inmediato otro episodio, el de hace unas semanas, cuando Estados Unidos anunció que retiraba de esa lista a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, para aclarar horas después que se refería a lo que hoy es el partido político Comunes, sustituto de la organización armada y con asiento en el Congreso, pero que, a la vez, mantendría en el catálogo al grupo que se quedó con las armas tras las negociaciones celebradas en La Habana.
De hecho, una situación similar volvió a surgir cuando la Casa Blanca inició negociaciones con el régimen de Nicolás Maduro para adquirir petróleo venezolano a cambio del levantamiento de severas pero infructuosas sanciones, aplicadas durante mucho tiempo en acuerdo con Bogotá, para restaurar la democracia en ese país.
Ante el revuelo que generó tal decisión, Washington reconsideró de inmediato y superó el impasse comprometiéndose a elevar el estatus de Colombia en la OTAN de «socio global» a «aliado estratégico no miembro». Con ello cubrió, in extremis, una fisura que podría haber generado una conmoción insospechada dentro de la red de seguridad hemisférica.
Modelo de seguridad modular
En resumen, los acontecimientos de Afganistán y Ucrania no sólo han trastornado la globalización, tal como fue concebida. También han afectado significativamente al tablero de seguridad y defensa, inaugurando lo que podría llamarse un nuevo “modelo modular” basado precisamente en bloques imperiales antagónicos.
Como no se trata de polos ideológicos, sino absolutamente utilitarios, no se podría hablar de una nueva guerra fría sino de un sistema que, más que realista, sería «hiperrealista» y funcionaría sobre la base tanto del intrabloque como de la agresividad-destructividad de interbloque. Un modelo que, en todo caso, debe entenderse como la suma de todas las detenciones imperiales, ya que el totalitarismo sería la marca distintiva de uno de esos módulos (el liderado por Pekín y Moscú), mientras que el arma nuclear estaría determinando la ecuación superior estratégica. Una ecuación en la que, precisamente, el arma nuclear táctica sería el recurso preventivo por excelencia ante cualquier amenaza existencial, aunque siempre con la ilusión puesta en una trampa, en una ruleta: que, siendo táctica, su uso no conducen necesariamente a la destrucción mutuamente asegurada.
En este sentido, la complejidad de la pugna entre los sistemas autocrático y liberal no puede interpretarse sólo bajo la inercia antropológica de la victoria maniquea del «bien» sobre el «mal», ni bajo la lógica tradicional del alineamiento ya que, en lugar de la convergencia entre los aliados, se buscarán las virtudes de la «divergencia estratégica», aquella en la que los gregarios se benefician de las distintas capacidades y grados de especialización de los asociados, más que de simples seguimientos o juramentos de lealtad.
Por tanto, estos módulos o bloques de gran funcionalidad se desarrollarán como consorcios de seguridad basados en un “régimen contributivo”, en el que se espera que los socios realicen contribuciones cada vez más significativas entre sí y realicen un esfuerzo voluntario para asegurar tanto la sostenibilidad de la defensa como la preponderancia de la comunidad de valores sobre la que descansa su más profunda identidad.
Por tanto, ante tales perspectivas, es difícil comprender la gravedad de las mencionadas actitudes asumidas recientemente por Washington, ya que pueden ser leídas por sus aliados como indiferentes, desconsideradas o poco comprometidas, horadando así las redes de conciliadores y la valiosa noción de unidad de esfuerzo
Así, parece cada vez más claro que estas conductas disruptivas han provocado una conmoción en el sistema de seguridad occidental y han estimulado la formación del mencionado bloque bicéfalo Pekín-Moscú, tal y como se deduce de la Declaración Conjunta del 4 de febrero de 2022, justamente cuando se apertura los Juegos Olímpicos de Invierno.
En consecuencia, es de esperar que la nueva Brújula Estratégica Europea, lanzada el 22 de marzo de 2022, y, sobre todo, el nuevo Concepto Estratégico de Madrid para la OTAN, colmen el vacío, dando suficiente vigor al módulo democrático liberal. Y ese vigor irriga suficientemente al Sistema Interamericano de Defensa, la Fuerza Expedicionaria Conjunta (JEF) del Reino Unido, el Consejo de Cooperación de los Estados Árabes del Golfo, la Fuerza Escudo Península, los Acuerdos de Abraham y las alianzas AUKUS. (Australia, Reino Unido y EE. UU.) y el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad).
De lo contrario, el bloque de actores estatales y no estatales que conforman lo que ahora podría llamarse una asociación autocrática transnacional, basada en el secretismo de arriba hacia abajo, pero sólida y desafiante, asumirá que tiene luz verde para proceder con su proceso de selección y selectivo expansionismo gradual. Incluso hasta que la disuasión, como madre y maestra de la seguridad planetaria, se haga añicos de manera irreversible.
VICENTE TORRIJOS es profesor titular de la Escuela Superior de Guerra de Colombia y profesor adjunto del W.J. Perry Center-National Defense University
original de revistafal
paxil or priligy In contrast, five 56 of nine primary colorectal tumors displayed allelic loss of 18q markers and in one of these a somatically acquired G T missense mutation was found in exon 1
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