Inseguridad en África Subsahariana

Por: Isaac Kfir

La delicada situación política y económica, los desafíos de seguridad y la amenaza ecológica sacuden a la región, que vive una situación complicada que agrava las tensiones.

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En África subsahariana, se está gestando la tormenta perfecta. El aumento de la actividad terrorista, el cambio climático drástico, los fracasos persistentes de las élites gobernantes y las crecientes tensiones étnicas han creado las condiciones para múltiples golpes. Todos ellos constituyen un grave peligro para la seguridad, la estabilidad y el desarrollo, porque se basan en la propensión al uso de la violencia para facilitar el cambio político. El hecho de que las ideas sobre la paz y la violencia hayan cambiado indica que existe el peligro de que la inseguridad continua y acelere el colapso de los sistemas en toda la región.

El África subsahariana está experimentando grandes cambios. La región, hogar de más de mil millones de personas, se encuentra en una importante encrucijada. El surgimiento de una clase media experta en tecnología que trata de aprovechar una mayor conectividad, nuevas prácticas laborales y mejores comunicaciones es evidencia del enorme progreso que ha logrado todo el continente.

El ingreso per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo y la educación primaria han mejorado. Sin embargo, el África subsahariana sufre los efectos de la pandemia de la Covid19, el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas, la necesidad de contener la migración irregular y el uso de fuertes medidas antiterroristas para disuadir y destruir la creciente amenaza de los grupos yihadistas salafistas.

El actual énfasis desproporcionado en la gestión de la seguridad significa que se presta menos atención a la necesidad de abordar las fallas sistémicas en toda la región. Este cambio ha tenido consecuencias desastrosas, porque significa que la ayuda al desarrollo se centra sobre todo en la seguridad y no en otros aspectos. Terroristas y bandoleros salafistas han tratado de aprovechar los vacíos socioeconómicos y políticos, así como los agravios. Además, también ha habido actores políticos establecidos que han contribuido a socavar gran parte del progreso. Así lo demuestra la cantidad de golpes de Estado llevados a cabo en toda la región desde 2020, que han derivado en la imposición de sanciones económicas.

Para ayudar a la región a regresar a su trayectoria previa a la pandemia, es necesario cuestionar las leyes relacionadas con la ayuda y la construcción de estructuras estatales. Esa es la estrategia en la que se basa la estabilización de la seguridad y la necesidad de hacerlo antes de iniciar los trabajos de cooperación. Otra posibilidad es construir sobre el vínculo entre seguridad y desarrollo, lo que requiere que el trabajo de cooperación se lleve a cabo en paralelo con las operaciones de seguridad. Este tipo de estrategia se utilizó en los Balcanes durante la década de 1990 y en Irak y Afganistán ya en este siglo.

Hay varios factores que exigen un enfoque de sistemas para abordar algunos de los problemas fundamentales que enfrenta el África subsahariana en la actualidad. Primero, el valor de la necesidad de un compromiso a largo plazo, para cambiar la imagen de la violencia y cómo promover el cambio. El hecho de que la región sufra golpes de estado e inseguridad no significa que su población le haya dado la espalda a la democracia. Por ejemplo, el Afrobarómetro indica que el 67% de los encuestados apoya el proceso democrático, aunque muchos de los entrevistados expresan serias dudas sobre la capacidad de los líderes políticos para resolver temas difíciles como la corrupción. En segundo lugar, deben cambiarse los parámetros por los que se mide el éxito o el fracaso. Se debe estar dispuesto a invertir en muchos proyectos que no tengan más que una probabilidad moderada de éxito, en lugar de solo aquellos que se considere que tienen una alta probabilidad de éxito. Tener varios proyectos modestamente exitosos es más efectivo que tener uno muy exitoso. Tercero, para la sobrevivencia de la región es fundamental desarrollar una estrategia sistémica que sea capaz de enfrentar los cambios ecológicos y crear las condiciones para un bono demográfico.

Incapacidad general para resolver conflictos y «atascos de seguridad»

El Índice de Paz Global 2021 y el Índice de Terrorismo Global 2022 destacan el deterioro de la seguridad en el África subsahariana y, en particular, en el Sahel. La violencia va en aumento en toda la región, ya sea en forma de actividad terrorista salafista, bandolerismo o golpes de estado. Sin embargo, lo más preocupante es que hay pocas señales de que la situación cambie pronto, ya que la inseguridad se extiende aún más, lo que a su vez conduce a más violencia y al empeoramiento de la Paz Positiva.

La revolución de febrero de 2011 en Libia, que culminó con el derrocamiento de Muammar Gaddafi en octubre de ese año, precipitó una cadena de eventos en el norte de África y el Sahel. Su derrocamiento violento después de 42 años en el poder reforzó a los yihadistas salafistas, que luego jugaron un papel importante en el levantamiento tuareg de 2012 en Malí, en el que capturaron Tombuctú, Gao y Kidal. Al final, los terroristas fueron derrotados y el Emirato Islámico de Azawad se desintegró.

El hecho de que el conflicto en el norte de Malí se cerrara falsamente, porque no se abordaron los problemas de fondo, tuvo un efecto bola de nieve. Surgieron tensiones políticas, sociales y económicas que desde el norte se han extendido por todo el país y han provocado violencia entre las comunidades de las regiones de Mopti y Ségou, entre los Dogon y los Fulani. También ha generado violencia entre comunidades y actividades terroristas en Burkina Faso, Chad, Mauritania y Níger, exacerbando la inestabilidad actual.

La incapacidad de los sucesivos gobiernos de Malí para resolver las diferencias de manera amistosa condujo al surgimiento de las milicias Dogon, Fulani y Bambara. Las comunidades se vieron obligadas a armarse para garantizar su seguridad, ya que los gobiernos no podían protegerlas. En Burkina Faso sucedió lo mismo con los Mossis y los Fulanis, que tuvieron varios enfrentamientos. El ejemplo más notable de cómo se ha deteriorado la situación es un incidente en enero de 2019, cuando un grupo de koglweogo («guardianes del bosque») atacó una aldea fulani y mató a más de 40 personas. El incidente hizo que muchos huyeran por seguridad.

La reacción de los actores locales e internacionales ante el aumento de la inestabilidad ha hecho de la gestión de la seguridad una prioridad y ha creado lo que se denomina un “atasque de seguridad”. Esta es una situación en la que los actores internacionales buscan estrategias multidimensionales e integrales para reconstruir la capacidad estatal en estados frágiles o fallidos. Es decir, hay demasiadas partes interesadas que hacen cosas similares y pasan por alto a los demás.

Desde 2012, se han llevado a cabo varias operaciones de seguridad en el Sahel. Entre otros, la Misión de Formación de la UE (EUTM), las operaciones antiterroristas lideradas por Francia (Operación Serval, Operación Barkhane y la Iniciativa Takuba) y la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí. Además, existe la Iniciativa G5-Sahel y otras operaciones de seguridad unilaterales que incluyen una participación cada vez mayor de entidades privadas para ayudar a acabar con la inseguridad.

Centrarse en la estabilización tiene sentido, pero lo que a menudo dificulta estos intercambios es la falta de coherencia. Por ejemplo, la estrategia de Alemania para la estabilización de la seguridad es diferente de la de Francia. Alemania trabaja más con las autoridades civiles, con el objetivo de vincular el proceso político a la situación de seguridad, y presta poca atención al desarrollo. Esto se debe a que los Ministerios de Asuntos Exteriores y de Defensa de Alemania tienen un enfoque político y buscan el diálogo político. Además, es interesante que Alemania haya optado por no publicitar demasiado su intervención. Hay varias explicaciones posibles para esto, desde el deseo de limitar las responsabilidades hasta la preferencia por trabajar entre bastidores. La desventaja es que este enfoque puede disuadir a las élites locales de respaldar públicamente un proyecto, por lo que hay menos aceptación local.

 Los franceses han adoptado una estrategia diferente, enfocando su participación en las preocupaciones militares mientras contribuyen al entrenamiento y los esfuerzos de contrainsurgencia. La intención era derrotar a los insurgentes, lo que ha provocado la muerte de numerosos combatientes yihadistas, incluido el jefe del Estado Islámico en el Gran Sáhara, Adnan Abu Walid al Sahrawi. Además, los franceses han incautado y capturado muchas armas.

Sin embargo, la seguridad sigue siendo precaria, como muestran el Índice de Paz Global 2021 y el Índice de Terrorismo Global 2022.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Extraido del articulo Africa Subsahariana en la incrucijada, publicado por Esglobal.