Por: Esmina Parades
El ataque militar llevado a cabo por Rusia contra su país vecino, Ucrania, representa una violación a su soberanía, ya que es un estado independiente, libre de determinar su propio destino. Con esta decisión, el Kremlin viola los principios más básicos del derecho internacional, poniendo en peligro el equilibrio y la paz, no solo en el continente europeo, sino en el mundo entero.
Esta invasión parece ser la última oportunidad que tuvo el presidente ruso para hacer prevalecer su posición sobre la no expansión de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), pero eso no la justifica. Constituye un atentado a la seguridad de Europa, ya que, aunque no lo implica directamente, la guerra se desarrolla a sus puertas.
En este sentido, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha afirmado que cuando una potencia nuclear como Rusia invade un país vecino y amenaza a quien quiera intervenir con utilizar sus armas nucleares contra él, es un momento crítico de la historia, que podría colocar al mundo en otra dimensión, poniendo en peligro la paz y la seguridad internacionales.
Esto quiere decir que, si Moscú no depone las armas, el mundo basado en reglas y equilibrio de poderes corre peligro de desaparecer, para ser reemplazado por uno mucho más incierto y caótico, donde regiría la “Ley del más fuerte”. En este contexto, es importante que Europa revise cuáles son sus prioridades como bloque independiente y las consecuencias de una rivalidad con el Kremlin, dado que la guerra se desarrolla en sus propias fronteras.
En este sentido, el coronel español Pedro Baños en su libro “Así se domina el mundo” ha precisado que la enemistad actual entre los países occidentales, representados militarmente por la OTAN, y Moscú ha sido promovida por Washington, en el doble afán de, por un lado, contener a los rusos como potencia emergente rival, y, por otro, crear un enemigo para los países europeos, para que se subordinen, pidan su protección y, de paso, les compren armas. Impidiendo así, a toda costa, el acercamiento de Rusia y Europa, porque tal coalición daría lugar a un poder que sería difícil de contener.
Desde un punto de vista geográfico, Rusia está muy cerca del viejo continente, por lo que tanto las sanciones económicas como cualquier decisión militar repercuten en los estados miembros, además de acercar aún más a Moscú a Pekín. Ello sitúa a este grupo de países en la difícil decisión de, por un lado, seguir apoyando la posición de la OTAN, con consecuencias desfavorables para ellos, o, por otro, llegar a un acuerdo con Rusia. Ante este dilema, Europa considera urgente llevar a cabo, al mismo tiempo, una política internacional más independiente y con identidad propia, que no necesariamente debe estar subordinada a Estados Unidos, dado que, en muchos casos, no respeta sus intereses como bloque, y este es un claro ejemplo.
Un posible enfrentamiento militar entre la Organización Transatlántica y el gigante eslavo -que no se prevé que se produzca- tendría como campo de batalla suelo europeo, con consecuencias muy negativas para un continente que ha sabido mantener un periodo de relativa paz desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Además, le dejaría inmerso en un papel de actor no influyente en las relaciones internacionales durante mucho tiempo, sin olvidar que, en un mundo interdependiente como el actual, una conflagración militar abierta con una potencia nuclear como Rusia tendría consecuencias devastadoras para todo el planeta.
Finalmente, toda esta situación está relacionada con el establecimiento de un nuevo orden mundial liderado por Xi Jinping y Vladimir Putin, donde Occidente pierde su hegemonía global. En todo este panorama, la solución para Ucrania sigue siendo la neutralidad, preservando la soberanía de su territorio. Mientras que, para Europa, la forma de garantizar su seguridad e intereses es un acuerdo con Rusia
