La guerra en Ucrania está obligando a la UE a dar pasos en materia de seguridad y defensa impensables hace apenas unas semanas. No obstante, Queda por ver, si el conflicto con Rusia marcará un antes y un después en el intento de dotar a la Unión de las herramientas adecuadas para defender sus intereses. El camino será largo.
Desde la neonata Comunidad Europea de Defensa hasta hoy, ha habido varios intentos de dar sentido a lo que algunos llaman, impropiamente, la «Europa de la Defensa», idea sin concreción que aún es consensuada por los Veintisiete miembros de la UE. Por el momento, la Unión avanza en el marco definido por la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), en el camino hacia la autonomía estratégica que la Brújula Estratégica, que verá la luz este mes, debe traducir en acciones.
Mientras tanto, se confirma una vez más que la Unión solo está progresando realmente en la crisis. La ofensiva rusa contra Ucrania ha desembocado en decisiones impensables hace apenas unas semanas. Queda por ver si esto supone un antes y un después en el intento de dotar a la UE de una voz única en el escenario internacional, con capacidades propias para defender sus intereses.
La situación actual es bien conocida. Por un lado, los instintos nacionales siguen siendo visibles, prefiriendo tener fuerzas armadas y una industria de defensa nacional, aunque en la gran mayoría de los casos no son suficientes para defender a su país de cualquiera de las amenazas que pueden afectarlos. Por otro, existen diferentes posiciones sobre la necesidad de contar con medios propios para la defensa común; con los atlantistas apostando por la OTAN como paraguas protector –lo que significa aceptar la subordinación a Estados Unidos–; otros prefiriendo dotarse de mayor fuerza militar, sin que esto signifique, sin embargo, romper con la Aliance, y algunos neutrales que siguen esquivando el debate, envueltos en un mundo que solo existe en sus cabezas.
A esto se suma el aluvión de necesidades que hay que cubrir para tratar de salir de una crisis económica y pandémica como la que sufre el continente desde hace años, lo que hace aún más difícil convencer a las distintas opiniones públicas nacionales para que estén de acuerdo poner la defensa primero, lo que significa aceptar presupuestos más altos. En definitiva, un sinfín de factores han ralentizado hasta el momento, el camino hacia una verdadera unión política que permita contar con elementos sólidos suficientes para desarrollar una política exterior, de seguridad y de defensa digna de un actor que se dice relevante en el mundo.
Cierto es que el revuelo causado por la invasión rusa ya se ha traducido en decisiones tan célebres como la del nuevo gobierno alemán comprometiéndose a elevar su presupuesto de defensa por encima del 2% del PIB y anunciando una inversión de 100.000 millones de euros. Se suman decisiones como la del gobierno francés y la activación del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz para financiar el suministro de material letal a Ucrania, todo ello bajo la unidad mostrada en la aplicación de duras sanciones a Rusia. Pero a pesar del reconocimiento que merecen estos gestos, sería un error pensar que la Europa de la defensa está a la vuelta de la esquina.
No es sólo que las fuerzas armadas sigan respondiendo exclusivamente a órdenes nacionales, sino que ni siquiera han conseguido crear un cuartel general real para planificar y dirigir las operaciones de la UE. O para garantizar la plena interoperabilidad entre las fuerzas armadas de los Estados miembros, campo en el que la propia existencia del plan de acción para mejorar la movilidad de las diferentes fuerzas armadas de los Veintisiete Estados demuestra que todavía estamos ante una asignatura pendiente.
Por su parte, la Cooperación Estructurada Permanente no ha resuelto la falta de capacidad. El techo de ambición lo marcan las llamadas Misiones Petersberg, que en modo alguno cubren todas las necesidades de defensa frente a las amenazas. A esto se suma que el planteamiento actual en cuanto a capacidades militares se reduce a tener 5.000 efectivos para 2025, cuando a principios de este siglo se decidió crear una Fuerza de Reacción Rápida que debería contar con unos 60.000, que luego serían en teoría, sumaron veinte grupos multinacionales de combate con 1.500 efectivos cada uno. Ninguno de estos proyectos pasó nunca más allá del papel, lo que da una idea del camino que aún queda por recorrer.
Hoy como ayer, el desafío no es gastar más sino gastar mejor, eliminando los despidos nacionales y estableciendo una división de tareas entre los Estados Miembros que vaya más allá de las visiones nacionales para pensar en dotarse de capacidades comunes y responder a amenazas comunes. Un reto en el que, Vladimir Putin puede acabar siendo el factor definitivo para impulsar el proceso.
Publicado por Politica Exterior