Por: Juan Antonio Falcon.
Una reflexión sobre las consecuencias para Europa (y Occidente en general) de la agresión militar de Rusia contra Ucrania.
Sin duda, la invasión de Ucrania es un ataque directo al orden de seguridad europeo y mundial instaurado tras la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, es también una amenaza directa a la Unión Europea y lo que representa. Es un desafío calculado a las democracias independientes de todo el mundo y a los valores que encarnan: especialmente la libertad, la pluralidad, la igualdad y el respeto por el estado de derecho y los derechos humanos. Y esto es así porque, desde el punto de vista de Vladimir Putin y el grupo de autócratas que gobiernan Rusia, este país no puede integrarse en Europa ya que la casta gobernante rusa considera a Occidente como un sistema corrupto y decadente.
El trasfondo de la invasión rusa de Ucrania
Por primera vez desde las guerras de los Balcanes de la década de 1990, Rusia, o más bien Vladimir Putin y su camarilla, han desatado un evento sin precedentes: una guerra para invadir Ucrania sin ningún motivo. La diferencia con esa guerra es que hoy no es un conflicto interno, sino una agresión de una superpotencia nuclear contra un país vecino sin provocación.
Lo cual, citando la motivación «geoestratégica» de la necesidad de un colchón defensivo dada la constante amenaza de Occidente y la OTAN, quizás se suponía aceptable durante la Guerra Fría y en los años que siguieron, pero ahora es totalmente inaceptable. En todo caso, es necesario llamar la atención y denunciar la falsedad del malicioso cuento utilizado por Putin de que a Rusia no se le ha dado otra salida.
Al ordenar esta invasión, Putin mostró un flagrante desprecio por el derecho internacional (que le gusta invocar), y enumerar todas las normas internacionales violadas llevaría demasiado tiempo. En realidad, el presidente ruso con tal dinámica se ha aislado del resto del mundo y ha buscado su propio ostracismo.
Ciertamente no ha habido un evento comparable en Europa desde los días de Hitler. Según las declaraciones de Putin, Ucrania no tiene derecho a existir como estado soberano, a pesar de que es miembro de las Naciones Unidas, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, el Consejo de Europa, etc., y aunque Rusia ( bajo Boris Yeltsin) reconoció la independencia del país.
Putin declaró que Ucrania es una parte inseparable de Rusia. La grandeza de Rusia y su posición internacional es lo único que aparentemente le importa. Pero el Kremlin quiere mucho más que Ucrania. Con esta guerra pretende hacer estallar todo el sistema europeo articulado desde la Segunda Guerra Mundial y que descansa sobre la inviolabilidad de las fronteras.
Al intentar redibujar por la fuerza el mapa del Viejo Continente, espera revertir el proyecto europeo y restablecer a Rusia como la potencia preeminente, al menos en Europa del Este. Las humillaciones que sufrió Rusia en la década de 1990 deben ser borradas y Rusia debe volver a convertirse en una potencia mundial, a la par de Estados Unidos y China.
Escape de la prisión geopolítica del Kremlin
Según Putin, Ucrania no tiene tradición estatal y se ha convertido en una mera herramienta del expansionismo estadounidense, de la OTAN y occidental. Esta y otras crudas justificaciones, según el presidente ruso, suponen una amenaza para la seguridad de Rusia. Lo que Putin y sus defensores no contemplan es que ya no estamos en la Edad Media, ni en la Rusia Imperial, ni en la época soviética, cuando los sujetos podían ser tratados como quisieran. Estamos en el siglo XXI.
Obviamente, frente a los hechos históricos, las declaraciones de Putin no tienen sentido. Su objetivo principal, claramente, es dar a su propia población una justificación para invadir Ucrania. Putin sabe que, si a los rusos comunes se les diera a elegir entre una guerra para dominar Europa del Este y una vida mejor, preferirían lo segundo. Nótese que, si el presidente ruso realmente creyera en esa justificación, tuviera ese deseo de dominar Europa del Este, estaríamos ante un personaje impredecible y un escenario aún más inestable.
De lo que Putin no parece darse cuenta es que la política tradicional de Rusia de dominar a los pueblos extranjeros en su esfera de influencia deja a esos países enfocados en escapar de la prisión geopolítica del Kremlin. La expansión hacia el este de la Alianza Atlántica después de 1991 da fe de esta dinámica.
Ucrania quiere unirse a la OTAN no porque la OTAN tenga la intención de atacar a Rusia, sino porque Rusia demostró palpablemente su intención de atacar a Ucrania. Así lo previeron rápidamente los países bálticos y el resto de países europeos anteriormente subyugados por el Pacto de Varsovia, ahora miembros de la UE y la OTAN. No es baladí mencionar que en la década de 1990 la propaganda rusa acusó a Occidente de albergar todo tipo de planes perversos.
El proyecto imperial ruso siempre se ha caracterizado por una mezcla de pobreza interna, opresión brutal, paranoia florida y aspiraciones de poder mundial. Y, sin embargo, ha demostrado ser excepcionalmente resistente a la modernización, no solo bajo los zares y luego bajo Lenin y Stalin, sino también bajo Putin.
Simplemente compare la economía de Rusia con la de China. Ambos son sistemas autoritarios, pero los ingresos per cápita chinos han aumentado considerablemente mientras que los niveles de vida rusos han caído. En términos históricos, Putin está retrotrayendo a Rusia al siglo XIX, en busca de la grandeza pasada, mientras que China avanza para convertirse en la superpotencia definitoria del siglo XXI. Mientras que China ha logrado una modernización económica y tecnológica sin precedentes, Putin ha estado invirtiendo los ingresos de exportación de energía de Rusia en gastos militares desmesurados, defraudando una vez más al pueblo ruso y robándole su futuro.
Podría decirse que Ucrania quizás ha tratado de escapar de este ciclo interminable de pobreza, opresión y ambición imperial con una orientación cada vez más pronunciada hacia Europa. El verdadero problema, sin embargo, es que una democracia liberal al estilo europeo que funcione bien en Ucrania pondría en peligro el gobierno autoritario de Putin.
Resultados para Europa de la invasión de Ucrania
Debemos ser conscientes de que un bloque próspero como el europeo, que disfrutaba de una zona de confort a pesar del arco de inestabilidad en sus vecindades del este y del sur, permaneció tras la caída del Muro de Berlín en una dinámica que evitaba actuar estratégicamente.
La Unión Europea y sus Estados miembros no tenían una percepción de amenaza. Y claro, a pesar de la relajación que se produjo tras la firma del Tratado de Lisboa y, sobre todo, por la estupefacción provocada por la Administración Trump, no hubo una política exterior y de seguridad coherente y consecuente que debiera haber surgido tras las guerras Yugoslavia en la década de 1990 El único éxito duradero fue la ampliación de la UE hacia el este. Lo cual, dados los inconvenientes que generó, no ha sido visto como un logro por parte de algunos líderes de los estados miembros.
Más recientemente, hubo mucha complacencia cuando los estados miembros acordaron un enorme fondo de gasto (NextGenerationEU) para que las economías europeas se recuperaran de la pandemia de COVID-19. También hubo un elemento de presunción acerca de cómo fue la UE la que abrió el camino para abordar el cambio climático. Y el bloque incluso albergaba ilusiones de que era hora de desarrollar su propio tipo de autonomía estratégica.
De hecho, parece que los avances de la Unión Europea han tenido más que ver con los intereses de Berlín, al menos hasta ahora, que con un avance estratégico para situar a Europa como actor de peso en el contexto mundial.
Todo este apartado ya se ha derrumbado con la invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero de 2022 porque contrastaba teorías con realidades. Aunque, en cualquier caso, nadie más que Putin ha sido capaz de hacer avanzar a Europa con inusitada celeridad (en apenas unos días y tras décadas de lento avance) hacia sus objetivos de autonomía estratégica y política de defensa común.
Lo cierto es que para Europa y Occidente no hay vuelta atrás a la zona de confort. En este contexto, Europa deberá afrontar y resolver una serie de cuestiones cruciales. En primer lugar, la UE necesita una política estratégica hacia sus socios orientales. Esto supone reevaluar el modelo de ampliación y la política de vecindad, porque, en realidad, sus objetivos en este sentido aún no están claros.

El futuro de las relaciones Unión Europea-Rusia
Es totalmente lógico que la invasión rusa de Ucrania plantee grandes interrogantes sobre las relaciones de la UE con Moldavia, Armenia, Georgia y, por supuesto, Ucrania (incluso más tarde con Bielorrusia). El ataque militar de Rusia contra Ucrania ha vuelto a estos países inseguros y vulnerables. Por lo tanto, necesitarán un apoyo económico y político sustancial anclado en una nueva perspectiva de su relación a largo plazo con la UE mejor planificada que la desarrollada a través de la Asociación Oriental que une a Bruselas con estos países.
En segundo lugar, con la suspensión de la certificación Nord Stream 2 y el abandono de Rusia por parte de las grandes empresas energéticas, incluidas BP y Shell, Europa tendrá que revisar por completo su política energética. El error cometido por Alemania y otros países de no querer ver los peligros de estar en manos de la Rusia de Putin no puede continuar. Es posible que deba revisarse la decisión de eliminar gradualmente las plantas de energía nuclear como se había previsto anteriormente.
En tercer lugar, esta vez sí, la UE debe encontrar la forma de convertirse en un actor viable de defensa y seguridad que encaje con la OTAN. No hay duda de que sin el presidente estadounidense Joe Biden a la cabeza, la OTAN no se habría movido rápidamente para reforzar sus flancos este y sur, e incluso los gobiernos europeos habrían tardado en imponer sanciones más duras a Rusia.
En cuarto lugar, Europa debería pensar qué relación tendrá con Rusia en un futuro hipotético y planificar una relación después de la era de Putin. Si no hay males mayores, sería recomendable promover un acercamiento entre Europa y Rusia. Además, en el fondo, Rusia sabe que encaja mejor cerca de Europa que bajo una China en crecimiento.
Esto conlleva enormes riesgos relacionados con la reacción de Rusia. Pero la guerra en Ucrania ha puesto patas arriba el orden de seguridad europeo posterior a 1991. Volver atrás ya no es posible. Dar forma al futuro de Europa, Occidente y Rusia se está convirtiendo en una prerrogativa que los europeos deben aprovechar. Esta vez, con un sentido estratégico.
Juan Antonio Falcón Blasco estudió Derecho, especializándose en Derecho Internacional, Relaciones Internacionales y Unión Europea.
Publicado en Lisa News.
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