Por: Esmirna Paredes
Uno de los fundamentos geopolíticos inalterables sustenta que los Estados son seres vivos, por consiguiente, nacen, se alimentan, crecen y con el tiempo pueden llegar a desaparecer. Para garantizar su supervivencia se extienden en el llamado “lebensraum” o “espacio vital”, frase que, utilizada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel y seguidamente por Karl Ernst Haushofer, refleja el área de influencia de una nación. A través de esta definición se muestra la actual disputa entre Rusia y Ucrania.
El motivo es que Moscú considera a Kiev como una zona bajo su influencia, la cual está decidida a no perder. Sin obstante, desde el derrumbe de la Unión Soviética, el Kremlin ha sido doblegado a un cerco geoestratégico por parte de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Empero, Moscú ha tratado de quebrar este cerco colocando a su vez un contracerco en países bajo la influencia estadounidense, como Nicaragua, Cuba y Venezuela, para hacer un ejemplo en Latinoamérica.
De este modo, el coronel español Pedro Baños explica en su libro Así se domina el mundo, »que a través de la estrategia de cerco y contracerco se busca controlar o ejercer presión sobre los puntos estratégicos del adversario, para así debilitarlo y afianzarse en una posición de poder. Además, cuando intervienen varias potencias que intentan defender sus intereses, solo mediante el equilibrio de fuerzas y la diplomacia se logra evitar un conflicto».
Esta visión geopolítica podría ayudar a entender por qué Rusia intenta romper el asedio que padecen los países de la antigua URSS. Para Moscú, la península de Crimea, que se ubica en Ucrania, es una pieza importante, pues les garantiza el acceso a aguas calientes como el Mar Negro.
De este modo, treinta años luego de terminar la Guerra Fría, la lucha de poder entre los dos bloques parece continuar, aunque esta vez entre la OTAN y Rusia, lo cual se presenta como una continuación de la historia. Todo esto se da en un mundo muy distinto al de entonces, donde se han perdido los protagonismos y, en vez de una lucha entre dos potencias ideológicamente opuestas, lo que se percibe es un reordenamiento de poderes.
Actualmente, el conflicto inicia cuando Putin ordena el posicionamiento de tropas en la frontera con Ucrania y la OTAN reacciona solicitando una desescalada, pero el Gobierno ruso exige que los militares extranjeros abandonen Europa del Este y se garantice que Kiev no se formara parte nunca a la organización de defensa transatlántica. Por su lado, Estados Unidos y sus aliados han desestimados las peticiones del Kremlin, alegando que los países tienen derecho a decidir su propio destino y no permitirlo sería volver a los criterios de la Guerra Fría.
Debido a los acontecimientos, la pregunta que surge espontánea es si este nuevo ejercicio de poder se limitará a la intimidación recíproca, con una consiguiente neutralidad de Ucrania, o si, demo opuesto, este disputado país pasará a la Alianza Atlántica, ignorando las peticiones de Putin, quien ha declarado que no tiene ninguna intención de invadir la ex República Socialista Soviética. De lo contrario, podría incurrir a fuertes sanciones económicas por parte de la Unión Europea.
En conclusión, para potenciar el cerco geoestratégico, Estados Unidos y sus aliados deberían fortalecer las relaciones con el gigante asiático, de esta manera, la antigua Unión Soviética quedaría aislada y sin aliados fuertes. Sin embargo, los lazos entre Rusia y China parecen estrecharse cada vez más, olvidando los conflictos pasados y actuando en un interés mutuo. Por esta razón, la presión constante de la OTAN podría generar exactamente lo opuesto y unir aún más a Moscú y Pekín. Todo indica que un acercamiento mayor entre estas dos potencias podría no revelarse estratégico para un Occidente que, parafraseando al profesor Iván Gatón, ha dejado de ser el centro del mundo.
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